Diario de León

CRÓNICAS BERCIANAS

Muerte al Consejo del Bierzo

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EL CONSEJO Comarcal del Bierzo, ese ente que levita en la frontera de la república espiritual de los botillos, el pico Catoute o el lago Sumido, pero que anhela en vano convertirse en una realidad política y servicial desde hace más de una década, ha vuelto a recibir otro revés institucional que le recorta las alas y amenaza con reducirlo a tal anonadamiento que ve peligrar incluso esa bella aureola de ficción que envuelve todo lo berciano. El Consejo del Bierzo es como el atractivo turístico de Las Médulas, como los partidos panbercianistas, como los incentivos a la diversificación industrial. Se mueven eternamente en una frágil línea de ser, pero de aspirar a ser mucho más, y esa tenue línea soporta, sin embargo, la ilusión de mucha gente y al mismo tiempo los pesados despropósitos de los dirigentes de la institución y los bombazos de un pico de toneladas que sueltan como cagadas administraciones como la Junta de Castilla y León, sin olvidar la interesada desidia de muchos políticos comarcanos -mancomunados ellos-. La determinación del consejero de Presidencia de la Junta, Alfonso Fernández Mañueco, de fiscalizar hasta el último céntimo de euro los gastos del Consejo, incluida la aniquilación de las compensaciones por el trabajo que realizan los representantes públicos, es muchísimo más delirante que la carrera que emprendió tras su toma de posesión el presidente comarcal, Ricardo González Saavedra, regalando sueldos y asignaciones a ciertos amiguetes en virtud de una alianza tan extraña como alguna de esas especies botánicas que de cuando en vez germinan entre los riscos de Los Ancares y que saltan a las páginas de las revistas científicas. La última epístola de Mañueco a los políticos comarcanos es una sentencia de muerte para cualquier aspiración de autonomía del Consejo Comarcal del Bierzo, que tal vez ahora si que sea -no mucho- algo más servicial que cuando hace doce años se le convenció a Aznar de que aprobara la Ley de Comarca. Tal vez porque dispone de un grupo de guías en Las Médulas, porque se ocupa directamente de la atención de los drogodependientes, o porque compulsa toda clase de documentos. Es comprensible que si el Consejo no posee ingresos tampoco tenga libertad de movimientos para subvencionar, por ejemplo, a organizaciones que pueden ser atendidas perfectamente por la administración general, o a colegas de la «casa». Pero es absurdo que no pueda siquiera ocuparse de respaldar, ni con limosnas, a otros colectivos de interés público mucho más alejados de los centros de poder de Valladolid o incluso de León. ¿Entonces, para qué sirve el Consejo? Es la pregunta que se repite desde hace más de dos lustros. Si la misiva de Mañueco es la respuesta, no ha podido ser ni más franco y ni más desalmado. Con igual franqueza, al menos, deberían responder ahora los ayuntamientos que constituyen mancomunidades y que deberían haber predicado hace ya tiempo con el ejemplo, inmolándose y cediendo la gestión de servicios básicos -ingresos- a la Comarca; como el agua o la basura.

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