Mayor Oreja, un buen candidato

MIENTRAS el líder del PP, Mariano Rajoy, sigue amurallado en Génova hasta su definitiva emancipación de Aznar, el ex ministro Mayor Oreja tira del carro en su condición de candidato a las elecciones europeas del 13 de junio. Son discutibles sus propuestas y su valoración del momento político, se puede discrepar de sus planteamientos, pero hay que reconocerle su capacidad para motivar a un partido que aún es presa del estupor por el inesperado golpe del 14 de marzo. Ayer tuvimos ocasión de escucharle en una de las excelentes convocatorias de Nueva Economía-Europa Press, un foro imprescindible para el seguimiento de la actualidad política nacional. Mayor Oreja es ante todo un demócrata exento del gusto por la bronca. Habla desde la convicción y la fuerza de unas apuestas bien concebidas y bien explicadas. Es la única forma de motivar a su alicaída clientela. Y bueno además para la salud del sistema. No funcionaría éste si uno de sus dos pilares, el que cae hacia la derecha, resulta afectado por la abdicación de sus costaleros. La idea dominante de su planteamiento consiste justamente en denunciar la supuesta estrategia socialista de arruinar al PP como alternativa, como paso previo hacia la conquista de una mayoría absoluta en las urnas dentro de cuatro años, o antes, en caso de disolución anticipada. Pasemos por alto que esa fue la estrategia de Aznar, aunque aplicada después de lograr la mayoría absoluta. Antes no podía por su alianza con los nacionalistas. Eso no justifica de ningún modo que ahora quiera hacer lo mismo el Gobierno de Zapatero, pero es muy sano que la ciudadanía conozca el riesgo, no del PP sino del régimen, visto y comprobado ya que las mayorías absolutas no traen más que desgracias. Menos asumible, se esté o no de acuerdo, es que Mayor Oreja acuse a los socialistas de querer utilizar la política exterior del nuevo Gobierno en clave doméstica. Es evidente que en la campaña europea el PSOE utilizará su retorno al anclaje europeo y la retirada de las tropas de Irak como palanca electoralista. Como hubiera hecho él si la desdichada presencia de Aznar en la foto de las Azores hubiera suscitado masivas corrientes de adhesión popular. Pero no fue el caso.