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FERNANDO ONEGA
León

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AYER vivimos dos escenas casi simultáneas. La primera, en el Congreso. Zapatero y Rajoy demostraron que son gente razonable, mayores de edad, y quitaron hierro a la situación: aplicaron terapia de sentido común al enfermo llamado Pacto Antiterrorista y lo salvaron de una muerte probable. Si ese Pacto se pudiera fotografiar, lo veríamos en la portada de este periódico con semblante muy agradecido al equipo médico; magullado, pero sonriente. Está claro que esos dos líderes se entienden mejor cuando hablan en privado que cuando necesitan satisfacer a su público. La segunda escena se produjo en el Senado y fue mucho más divertida. El presidente Zapatero había acudido el martes a esa Cámara a demostrarle su aprecio y reconocer su importancia de futuro. Y la Cámara le devolvió el gesto con generosidad: a las pocas horas de la visita, le propinó su primera derrota parlamentaria a manos del PP. El 12 de mayo quedará como el día en que el triunfante PSOE recibió su primer golpe para bajarle los humos. Y en la parte do más duele: en la Ley de Calidad. Para que no la cambie antes de hablar. No es ninguna tragedia. Estas resoluciones no obligan a nada al gobierno. Pero el episodio está lleno de lecciones. La primera es que la mayoría socialista todavía es un poco «pardilla»: la sorprenden en la primera maniobra. La segunda, ¡lo que son las cosas! El mismo PP que impuso esa ley con su mayoría absoluta pide ahora diálogo. Y el mismo PSOE que pedía diálogo desde la oposición, quiere ahora paralizar la ley sin explicar a dónde quiere llevarla. Y la lección más seria está en el fondo: si el señor Zapatero quiere hacer una gobernación desde el diálogo y el acuerdo, ahora puede demostrarlo. La ministra de Educación podría asumir el mandato del Senado, aunque no sea obligatorio, e iniciar un programa de conversaciones con las fuerzas políticas. Sería un gesto. Sería la forma que tendríamos los humanos de saber qué pretenden los socialistas en la enseñanza, además de paralizar el desarrollo de la Ley de Calidad. Ahora mismo sólo tenemos el vacío y un destino seguro: otro vacío. Pero sería algo mucho más importante: sería la oportunidad histórica de tener un proyecto educativo aceptado por todos, incluidos los grupos nacionalistas. Algún senador del PP le llamó pomposamente «el gran pacto por la educación». Es curioso que eso lo pida ahora precisamente el PP. Muy curioso. Pero, precisamente por eso, los socialistas le deberían coger la palabra. Aunque sólo sea para demostrar que no todos los partidos son iguales.

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