EL RINCÓN
Licencia para morir
UN JEQUE jordano, preso en Londres, les concedió permiso para suicidarse a los siete terroristas de Leganés. Las conexiones internacionales han conseguido que sea cierto eso de que el mundo es un pañuelo, pero por desgracia se lo han puesto en la cabeza los fanáticos islamitas. Según la policía, que pinchó los móviles después de los atentados, los terroristas hicieron más llamadas en un rato que algunas parejas de novios a lo largo de una semana. Gracias a estos mensajes se han podido reconstruir sus últimas conversaciones. Lo que no se ha podido reconstruir son sus cuerpos. De eso se ocupará Alá. Estaban contentos los suicidas en sus minutos postreros, persuadidos de que iban a ser recibidos por él sin tener que pasar por ninguna antesala. Su primera llamada fue para el imán de Al Qaeda, Abu Qatada, solicitándole la oportuna licencia para inmolarse. Parece que el líder jordano se la concedió sin dilaciones y volaron por los aires, sin tener en cuenta que las emisiones contaminantes de España superan en un 25 por ciento el margen permitido por Kioto. Quizá no haya que preguntarse qué grado de fe es necesario alcanzar para seguir esa conducta, sino qué grado de desesperación. Más que nada por averiguar si los occidentales hemos contribuido decisivamente a la creación de desesperados. Nada menos que Cervantes dice eso de que la mayor cobardía del mundo es matarse, porque «el homicida de sí mismo» demuestra que le falta el ánimo para sufrir lo que se le viene encima. No estoy muy seguro, con perdón de don Miguel. Para suicidarse hay que echarle valor, aunque sea un valor momentáneo. Grandes seres humanos abandonaron la vida por su propia voluntad por muy diversas razones o sinrazones, desde Larra, que había escrito que «el suicidio es ridículo», hasta Belmonte, que la había expuesto más que nadie. Algunos se fueron sin despedirse. Otros, como el célebre actor George Sanders, le escribieron una nota a sus amigos: «Ahí os dejo, en esa pocilga».