TRIBUNA
Carbón extranjero, gas natural y parques eólicos
LAS FORMAS de producir electricidad en España están experimentando cambios notables que han de ser conocidos y valorados por la opinión pública. Entre los más destacables figura la decisión de sustituir, por antieconómico, el carbón nacional por carbón extranjero, gas natural, también extranjero, y viento. Ha transcurrido el tiempo suficiente para enjuiciar el acierto o desacierto de semejantes directrices políticas, sobre todo cuando los acontecimientos internacionales obligan a mantener en permanente actualidad este debate. De entrada, y en una primera valoración, el carbón importado que nos suministran, entre otras naciones, Estados Unidos, Sudáfrica y Australia, está dejando de ser tan barato. Sobre la estabilidad del precio de esta materia prima energética planean serias incertidumbres que tienden a recortar la diferencia de costes por tonelada existente con el mineral español, fundamentalmente leonés y asturiano no producido por la empresa estatal Hunosa. Cada vez mayor número de expertos augura que esta tendencia de encarecimiento continuará, máxime cuando China, el gigante que despierta, se ha incorporado al conjunto de países compradores. Esta nueva demanda, necesaria para satisfacer el consumo eléctrico de casi 1.300 millones de habitantes, al combinarse con una oferta cada vez más controlada por un menor número de empresas productoras, define una situación de mercado muy propicia para mantener en cotas altas el precio del carbón internacional. Por otra parte, y abundando en este razonamiento, ¿Sería creíble que el cierre total de las minas españolas mantendría más barato el coste del carbón extranjero? Opino, por simple teoría económica, que no. En consecuencia, hay indicios racionales para intuir que la competencia carbonífera foránea tenderá a ser cada vez más débil. Respecto al gas natural, las previsiones hechas tiempo atrás se están confirmando. No se quiso considerar que el precio de este combustible estaba ligado al precio del petróleo, resultando una imprudencia económica planificar una generación de kilowatios amparada en el uso de esta materia prima energética. La cotización al alza del crudo, alimentada por la crisis permanente de Oriente Medio, hace muy improbable que el gas natural, que no deja de ser el petróleo disfrazado, llegue a ser una fuente de energía barata. Sin embargo, es quizás en la energía eólica donde se presentan las mayores fragilidades. Después de tres años de acometer fuertes inversiones en la instalación de molinos de viento, el balance logrado no puede ser más desalentador. Como demuestra la información suministrada por la empresa Red Eléctrica Española en su página web, el funcionamiento de los parques eólicos implantados en el país arroja unos niveles de infrautilización alarmantes. En promedio histórico, cada día han funcionado a poco más del 25% de su capacidad. La falta de rachas continuadas de viento está siendo la responsable de una situación tan crítica. Razón, y mucha, tenían los expertos que consideraban insensata y temeraria una apuesta tan masiva por esta clase de energía. Además, al no ser segura en su disposición está obligando a duplicar inversiones en centrales térmicas clásicas o convencionales. Este mayor desembolso, unido a las altas subvenciones que se conceden a la producción eólica, hacen que el coste de este tipo de kilowatio resulte muy caro, aspecto que obliga a cuestionar la ventaja de ser una energía no contaminante. Frente a este panorama cabe preguntarse si no sería más racional y económico destinar el mayúsculo importe de las subvenciones eólicas a financiar la instalación de los avances tecnológicos que permiten reducir las emisiones contaminantes de las centrales de gas natural y carbón, ya sea español o foráneo. ¿No sería una manera más inteligente de contribuir al cumplimiento de los compromisos ambientales establecidos por el Protocolo de Kioto para nuestro país? Opino, modestamente, que sí. Por otra parte, no se puede obviar que la construcción de parques eólicos no está exenta de provocar impactos ecológicos sobre el territorio, sobre todo cuando su ubicación se realiza en lugares emblemáticos. Respecto a León, tramos del Camino de Santiago, entornos de La Maragatería, cumbres del Bierzo Oeste y de Omaña, entre otros enclaves, pueden ver alterados unos paisajes, unos patrimonios naturales que, paradójicamente, la Administración, léase Diputación de León o Junta de Castilla y León, promocionan por su atractivo natural y excelencia paisajística. Este contrasentido resulta aún más chocante cuando la zona disfruta de reconocimientos oficiales que avalan su calidad ambiental. ¿Tiene sentido sacrificar paisaje para una opción energética de rendimientos tan bajos? No se entienda esta postura como una negación total de las energías renovables. Es cuestión de valorar en su justo término, y sin euforias desmedidas, el papel que pueden llegar a desempeñar dentro del sistema energético español. Especialistas en el tema aconsejan reconducir la ubicación de los molinos de viento hacia la costa, es decir, hacia emplazamientos que pueden resolver en mayor medida el grave problema de la inseguridad de los vientos, autentico punto débil de esta forma de obtener kilowatios. A tenor de lo expuesto, júzguese si no parece razonable replantear el protagonismo que el carbón español extraído a costes más bajos puede alcanzar como materia prima energética. Considérese que la electricidad es un bien de primera necesidad que no se puede almacenar, entrañando alto riesgo para su generación depender en exceso de combustibles caros, caso del gas natural, de materias primas que tienden a encarecerse de manera prolongada, caso del carbón extranjero, y de energías renovables cuya disposición es un capricho de la naturaleza, caso del viento.