Diario de León
Publicado por
JESÚS MIGUEL MARTÍN ORTEGA DELEGADO EPISCOPAL DE ENSEÑANZA DE LEÓN
León

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NADIE ignora la dura campaña que, desde postulado laicistas, se está lanzando contra la Iglesia Católica y, en concreto, contra la enseñanza de la Religión en la escuela pública. Algunas de las cartas al director, en la prensa de las últimas semanas, son claro ejemplo del intento de crear opinión, si bien con una evidente falta de argumentos. Se aduce, con frecuencia, que nuestro Estado español se auto proclama, en la Carta Magna, como «aconfesional» y consecuentemente ha de rechazar todo apoyo a credos y confesiones religiosas; por eso la enseñanza de la Religión no puede en un ámbito público como es la escuela, sino que debe recluirse al ámbito privado de las conciencias o a los lugares de culto de las diferentes religiones. Estos argumentos exigen dos clarificaciones. Por una parte, hay que defender que la Religión no es un hecho privado, sino público: lo ha sido en todos los tiempos y en todas las culturas; afirmar que se reduce al ámbito de lo privado es ignorar la realidad misma del hecho religioso, además de manifestar una mentalidad propia de siglos pasados. Por otra parte, no se debe confundir el Estado con la sociedad: el Estado español se define como «aconfesional» (que no «laicista»), pero la sociedad española de hecho no lo es, sino que es una sociedad plural que ha querido darse a sí misma una democracia como instrumento de convivencia, de respeto a los derechos humanos y reconocimiento de la libertad religiosa (art. 16 de la Constitución Española ). Precisamente para cumplir mejor con este compromiso de velar por la libertad religiosa, de defender los derechos individuales (sean cuales sean las convicciones religiosas), el Estado no se identifica con confesión religiosa alguna. Parece aconsejable animar a los que gritan «¡Religión fuera de la escuela» a que recuperen un talante democrático. Si en democracia se debe respeto a las minorías, al menos con igual motivo se ha de exigir para opciones y decisiones mayoritarias. Es el caso de la asignatura de Religión y Moral Católica, que fue elegida en el presente curso por tres de cada cuatro alumnos. No parece postura democrática querer imponer a todos los que opina una cuarta parte. Ni siquiera cuando esta pretensión se reviste de «progresismo» (?). La escuela es foro de diálogo, de búsqueda de la verdad, de confrontación de pareceres y de enriquecimiento de la cultura. Exigir que la Religión se vaya a las sacristías es devaluar el mundo académico y denostar la aportación que hace la fe religiosa a la vida; es pretender regresar a épocas, ya superadas, de perjuicios y resabios, de anticlericalismos y persecuciones. En tiempos de confusión como los presentes, es bueno llamar a las cosas por su nombre. A determinadas actitudes (sólo justificables desde posturas personales nefastas, que se hacen presentes en la escuela por parte de algunos docentes y responsables de la Educación, y que pretenden inculcar rechazo y hasta odio, a toda confesión religiosa y a quien la profesa) hay que calificarlas como «adoctrinamiento». Paradójicamente de eso se acusa a la enseñanza de la Religión y Moral Católica, que curiosamente no se imparte «contra nadie» , sino a favor de todos, pues promueve unos saberes que contribuirán a edificar una sociedad justa y en paz, cimentada en valores humanos como el respeto, la tolerancia, el servicio al bien común, la laboriosidad, la lealtad, la honradez, la libertad, la solidaridad, la defensa de la dignidad de las personas. Por último, hay que afirmar rotundamente que, por encima de las ideas, están las personas. Y toda persona se merece una educación integral, sin reducciones ni exclusiones. No sólo necesita información, sino también formación; no sólo se le deben los datos del saber, sino también ayudarle a que pueda responder a las cuestiones profundas de sentido acerca de su propia existencia. A ello ayuda la asignatura de Religión y Moral Católica. A lo peor es que lo que molesta son las posibilidades de una formación integral y del planteo de las últimas preguntas.

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