TRIBUNA
Nuestro patrimonio inmaterial
COMO todo 18 de mayo desde 1977 en que el ICOM (Consejo Internacional de Museos, asociado a Unesco) determinó celebrarlo, hoy en todo el mundo vindicamos un fenómeno cultural característicamente moderno y, en nuestros días, dotado de gran versatilidad: el fenómeno de los museos. Cada año, además, esta efeméride se manifiesta bajo un lema que sugiere el sesgo de las actividades a elaborar. Este año, además, el lema coincide con el de la Asamblea General del ICOM, que tendrá lugar este otoño en Seúl y se dedica al patrimonio inmaterial, la última frontera de la herencia cultural. La noción de patrimonio histórico ha evolucionado desde una concepción primera basada en la idea del monumento, del espécimen aislado y único, hasta situarse, de forma significativamente inflacionista, en el territorio de la ecología humana, de las estrategias de supervivencia cultural frente al marasmo reduccionista del llamado «pensamiento único» o de las inercias uniformadoras de la «aldea global». Una vez explotado el carácter fragmentario de los vestigios del pasado y saturadas las pupilas occidentales de fotos fijas de la historia, parece haber llegado el turno de lo incorpóreo, del producto volátil y, por eso mismo, auténtico. Aquel que nace de la fuente originaria de todo gesto creador colectivo: que no está sujeto a la dictadura de la materia, que no se deteriora con la erosión del tiempo, pero que tampoco es asible pues cambia y desaparece sin trauma, aunque para su custodia, para su registro, debamos recurrir a la vieja fórmula de materializarlo. Y evitar, también, otros peligros, pues bien sabido es que toda tradición consciente acaba convirtiéndose en mero folclore, en espectáculo turístico. Actúa aquí, en lo antropológico, una variante del principio de incertidumbre de Eisenberg y, así, lo observado es deformado sustancialmente por el observador de manera que se pervierte uno de sus principales valores: la autenticidad. Por otra parte, la definición de Patrimonio inmaterial (o intangible) está aún en mantillas. De ello se tratará en Seúl, y la UNESCO prepara una Convención Internacional sobre su salvaguarda. Esta tan resbaladiza delimitación pretende agrupar las expresiones y contenidos sociales o comunitarios de la vida tradicional que no cuentan con forma tangible, o cuyo producto físico asociado, si existe, apenas revela la riqueza que lo rodea. Entre estas están los ritos y costumbres, los hábitos y las formas de vida, la lengua, la tradición oral, los significados simbólicos, etcétera. Un empeño, por tanto, tan meritorio como utópico, pues se trata de asir lo inasible, de encapsular lo aéreo, de detener el tiempo en el momento de la pura gestualidad. En León, el carnaval de Laguna o la boda maragata (por no ir muy lejos de ayer mismo), entre tantos, componen un hipotético listado de tales manifestaciones, por mucho que, como casi todas ellas, su realización se encarne también en escenarios y aderezos corpóreos, tangibles. Sin embargo, se me ocurre que a estas distinciones cabría añadir una específica que enriqueciera, siquiera conceptual y críticamente, la nueva categoría patrimonial. Hablo del «patrimonio material desmaterializado» (o virtualizado, si se prefiere), aquel convertido, consciente o inconscientemente, en una realidad virtual, en una entelequia de la que se habla pero que muy pocos o casi nadie ha visto. Y en esta sección, a su vez, cabría incluir dos apartados: el del patrimonio oculto, secuestrado, confinado por la propia falta de infraestructuras o por la política cultural, el que no está a disposición de la ciudadanía. Y, por otra parte, el patrimonio destruido, el perdido para siempre, que fuera alguna vez material y que se ha convertido en un fantasma por obra y gracia de decisiones más o menos argumentadas. Con ejemplos de todos ellos llenaríamos estas páginas, pero ya se llenan día a día ellas solas en una tierra donde esa herencia, de tanto estar sin estar, más parece tradición oral, cuento de viejas o filandón, que otra cosa. Cuando menos, siempre cabe ponerse al día con cualquier disculpa en forma de lema publicitario (fíjense si no en el Forum ), como, por ejemplo: «Bienvenido a la apariencia. León es mucho más que esto: imagíneselo».