EN BLANCO
Alejandro Gasset
LAMENTABLEMENTE, desde la desaparición de los desencantados filósofos de la generación del 98 y la muerte de Ortega y Gasset, cuyo espectacular talento tenía la calidad de un diamante, no se habían visto detalles tan deslumbrantes de inspiración como los que evidencia cíclicamente el cantante Alejandro Sanz, rebautizado a causa de sus pruritos intelectuales con el nombre de Alejandro Gasset. Se equivocan quienes piensan que se trata de un entretenedor nato, fuente del deleite adolescente gracias a canciones como «Corazón partío», una romanza a los amores no correspondidos. Ya explicó Napoleón Bonaparte que la batalla más difícil la tenía todos los días consigo mismo, algo que parece ocurrirle a nuestro baladista favorito desde que está imbuido por el don divino de la sabiduría social y política. A partir de su mudanza a Miami, ¡Dios sabrá que tienen ese soleado lugar para cretinizar a sus residentes!, el cantautor de querencias pasotas y algo porreras ha experimentado una catarsis que le transformó en todo un filósofo de la más alta escuela, cuyas sesudas reflexiones convierte de inmediato, para castigo del oyente, en canciones como esa «Labana» donde reflexiona, entre berrido y berrido, sobre la traición de Fidel Castro a toda una generación que creyó en sus ideales de igualdad. Al día siguiente, y si el zumo de papaya del desayuno le causa cierto desasosiego en el estómago, sale de nuevo a la palestra pública para poner a parir a Hugo Chávez, calificándole por ejemplo de «populista». También ha alabado a Aznar con un argumento de tanta enjundia como que «no se casa con todo el mundo», mientras ahora tira de repertorio para explicar que Zapatero aporta una «sensación de esperanza». ¿Para qué vamos a leer a Cicerón si tenemos a Alejandrito Gasset? No lo duden, es mi hombre.