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Publicado por
VICENTE PUEYO
León

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ENTRE los hallazgos de esta nueva etapa política que vivimos está el de la sabia contemporización. O sea, la capacidad para acomodarse y comprender elegantemente los dictámenes ajenos aunque, a nada que te acerques, chirríen y hasta choquen frotalmente con otros criterios. Más que nuevo talante, es taumaturgia. Véase si no con qué salero se habla desde el Gobierno, e incluso ya desde el PP, de las reformas estatutarias mientras, con la misma exquisita cordialidad, el PNV reclamaba -ayer mismo- una nación vasca en Europa «para acabar con el conflicto». Nada más fácil. Igualmente clarifica y está lleno de jovialidad el apunte de la presidenta de Eusko Alkartasuna, Begoña Errazti, y del líder de Esquerra, Carod-Rovira, quienes también ayer, en Bilbao, coincidieron amistosamente en que «la defensa de nuestras naciones se junta en un punto: la república vasca y catalana en Europa». Carod-Rovira aclaró que los pueblos que tienen Estado «no dan explicaciones» por lo que tienen todo el derecho de buscar su fturo en el marco de la Unión Europea. Esta claridad de ideas ahorra tediosas matizaciones y colabora también a mantener ese estatus de llaneza, franqueza y naturalidad que tanto facilita el acercamiento de las posturas entre las gentes diversas que conformamos este cada vez más asombroso mosaico de naciones. S e desconoce si, en este clima generalizado de ejemplar cortesía política, es permisible algún grado de escepticismo. Pero, aun con el riesgo de ser interpretado como un signo de enfermiza incomprensión de la feliz realidad circundante, uno se pregunta cómo pueden casarse algunas cosas. O sea, sin acritud y por ejemplo, ¿cómo es eso de ser «una nación más que forma parte del entramado institucional del Estado español»? (Errazti dixit). O, con perdón, ¿qué España es esa sin España? Dicho lo cual, es de esperar que estas absurdas dudas no sean sino producto de una mala noche que enturbia el intelecto. Lo que no está turbio sino claro como el día es que si no es Zapatero el que resuelve el jeroglífico nadie lo resolverá. Y ojalá que su taumatúrgico talante haga el prodigio. Y que la dicha inunde a esta nación de naciones, llamémosle Arcadia.

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