TRIBUNA
Hacer feliz a León, más fácil que pacificarlo
A LA DEMOCRACIA de León le falta humor. Zapatero ha caído del cielo o ha ascendido a él, aún está por ver. De Francisco lucha en el purgatorio y sabe que así será hasta el fin del principio de un Reino que sorprendería cuando la losa del cuarto de siglo no pese en la conciencia de salmantinos, zamoranos y leoneses, si alguien lo supiera hacer entender. El tiempo no existe si no fuera porque a la gente le salen arrugas en la cara y porque cada vez se sigue menos aquel consejo publicitario de un coñac español -cuyo consumo por estos pagos ha descendido mucho-, cuando no había tantas agencias de comunicación, que proclamaba «¡Vaya alegre por la vida!» Hoy la paciencia es un bien de alta cotización entre la burguesía. En León aún es más drástica su carestía, y se comprueba un día sí y otro también en la calle, en los mostradores, en los organismos oficiales, en el tráfico. Cuando los políticos leoneses cojan a este León a esta rabiosa melena, alcanzarán la cuota que precisan para cambiarlo. A mejor, claro. Porque la chispa de la desesperación aflora con un furor combustible inaudito. En el ámbito social leonés, sí. Por ejemplo, un simple error de circulación, conduciendo por la ciudad rugiente, mezclando con la prisa embravece al más encorbatado, que se enzarza con cualquier congénere como si en ello le fuera el futuro de toda su familia. ¿Qué pasa que no se aguanta lo más mínimo en determinadas situaciones corrientes de la vida? ¿Por qué este ambiente tan enrarecido en el que el ser humano se minimiza dando importancia grave a situaciones fútiles? Da la clave Antonio Gala, en exclusiva: «Siento que el hombre es una pobre criatura, empequeñecida por su apego al dinero. Medimos la belleza de las cosas o el amor hacia alguien, en función del valor material que posean. La vida es mucho más que dinero». El materialismo corroe las entrañas hoy más que nunca. Y esto amedrenta afrontarlo en política, porque lleva fácilmente al dilema, a la desaprobación o a la gloria, según se sepa plantear. Decir que León parece un hervidero de mentes luchando por sobresalir unas de otras puede ofender al más curtido, pero hay que reconocer que no hay color creativo por estos pagos, que la indignación circula ágil -se percibe mejor cuando vienes de fuera una larga temporada- y la sutileza de pillar con el paso cambiado a un conciudadano provoca iras y hasta desgracias. Puede ser deplorable el resultado de la asociación pasta-prisa; y trágico, en unión de una aplastante altivez o de una aplanante euforia, la lucha económica despiadada o compitiendo las empresas, de tumbo en tumba, con la lengua fuera en una tierra árida, seca y tan fiera como la pintan, ¿a dónde queremos llegar supuestamente europeizados y con tal bagaje? ¿Nos proporciona esto felicidad, Antonio? Gala, escritor sobrado de desafío vital, lúcido pensador, impecable en su retórica y en la estética de su obra, es un ser autoexigente ante la vida, alguien que con su elegancia personal y literaria puede hacernos comprender que merece la pena enriquecerse humanamente olvidando el encaramiento atroz que respiramos en esta coetaneidad en verdad arisca, donde la tranquilidad precisamente no impera. «Nunca he aspirado a la felicidad», espeta, «sino a la serenidad. La felicidad es un trastorno mental transitorio, semejante a la adolescencia. La serenidad, sin embargo, requiere esfuerzo vital continuo contra la violencia y la inquietud». Quizá ser sereno cueste más, pero la felicidad en bruto no gratifica si hay que mantener, a la manera descrita, sitiado al prójimo en un León que pide una paz inmanente, del mismo modo que uno, como escritor cosmopolita, pide la palabra labrada y certera que alcance la fibra más vibrante del ser humano con una sacudida que le remueva y le transforme. Transformar el corazón. Aunque no lo parezca. Aunque algunos no dejen. Cuidado con león, los vientos son favorables; que su fuerza no lo quiebren. Mantener el rumbo es lo primordial. Cuando en el lejanísimo 1983 el que suscribe, imberbe con acné, feliz y clandestino, dirigía un semanario del País Leonés, con gran pompa editado, en el que colaboraban con efusión otros entusiastas idealistas como Alejandro Valderas -ya de aquella prolífico estudioso del arte y la historia provincial-, Luis Herrero, Juan Carlos Mateo, o Javier Rúa -directivos pioneros del Gal bueno, el leonés, y de grupos culturales precursores de lo que hoy se vive-, y tantos otros que en la actualidad siguen luchando como a la sazón por León, nunca jamás se ha presentado una ocasión de oro tan brillante, tan propicia como la que reverdece en este mayo de floreadas saetas lanzadas al cielo de Zapatero: la de Francisco Fernández, alcalde locuaz al que colmarán de besos las más bellas leonesas, quien asegura que el debate sobre el País Leonés interesa a la provincia. Ojalá no sea sólo esto, flores de mayo.