Un gran día

A SANTA CLARA se le echaron muchos huevos, pero como si nada. Por una vez, el tiempo le hizo caso a los barómetros y llovió según estaba previsto. Estas cosas afectan desfavorablemente al fervor popular. ¿Cómo la ofrenda ovípara no repercutió en la meteorología?. Llovió a cántaros y a tinajas, pero nada pudo aguar la fiesta, aunque el aguacero no cayese como agua de mayo. Cuando el pueblo quiere divertirse no hay quien lo pare. Sucede igual que cuando se encrespa. A la gente le gusta vitorear o apedrear, según se tercie. A nuestros príncipes, don Felipe y doña Letizia, daba gusto verles, aunque a la muchedumbre le hubiera gustado más contemplarlos en un día tan radiante como iba la novia. Fue como ver corporeizarse el elenco couché de la revista Hola . Se comprobó que eran de verdad. Ochenta casas reales han pasado por la Real Casa y la gente de la calles es la que se ha divertido más en este día histórico. Se conoce que lo pasa en grande mirando de cerca a la grandeza. Madrid, que a principios del siglo pasado era un suburbio del palacio de Oriente, estaba engalanado. Quizá con demasiados colorines, pero un día es un día. La egregia pareja lo hizo muy bien, con toda la naturalidad compatible con la ceremonia, y eso tiene mucho mérito. Sobre todo por parte de don Felipe, que era la primera vez que se casaba por la Iglesia. Muchos de los que trabajaban de acompañamiento hacían fotos y más fotos para enseñárselas algún día a sus nietos, sin pensar que sus nietos quizá no dirán ni pío al verlas. Otros clasificaban sombreros, según su originalidad y belleza. Quizá al que le caía mejor el tocado era al cardenal Rouco Varela, que tiene más costumbre de llevarlo. La lluvia hizo que algunas invitadas quisieran cambiar dos de sus coloristas pamelas por un buen paraguas, pero todo transcurrió armoniosamente y la imagen de Madrid y de nuestros futuros reyes ha estado en todos los televisores del mundo. Un gran día, sin duda. Sobre todo porque fue víspera de otro, que fue un día más.