SOMOS LEGIÓN
La lealtad, archivada
QUE EL caso del Archivo de la Guera Civil de Salamanca se haya convertido, de nuevo, en arma política arrojadiza no es más que el síntoma de un síndrome mucho más grave que este país, o sea España, no acaba de curar. El mal se llama deslealtad porque no se puede definir de otra forma a una relación con los vecinos de toda la vida que consiste en la calculada ambigüedad en el lenguaje y en la perseverancia en el chantaje político. Hay diecisiete autonomías pero sólo dos formas de entender este proyecto de vida en común. Por un lado están quienes, abierta y lealmente, han escogido mirar hacia delante y sumar; se sienten ciudadanos españoles no sólo reconociéndose como hijos de un determinado territorio sino también haciendo suya, sintiéndola como propia, la parte alícuota que les corresponde del resto de los territorios. Una sensata y no tergiversada lectura de la geografía y de la historia, y hasta la convicción en los beneficios del pragmatismo político (política, arte de lo posible), convierten en bastante razonable esta forma de entender la convivencia. En el otro lado de la moneda están quienes, pretendiendo hacer tabla rasa de la historia, o acomodándola a su innterés coyuntural, se consideran permanentemente incautados en un ejercicio de victimismo que ya aburre y que no puede esconder el objetivo final de una ambición política/económica que tiene estrechos horizontes ya que no se abre al resto de las gentes y de las tierras de España sino que se cierra sobre sí misma. A estas alturas del camino toca ya a Cataluña y al País Vasco el hacer gestos valientes e inequívocos. Porque si uno quiere ir en el mismo carro debe llamar pan pan y al vino vino. Da la sensación de que no hay en este tiempo, entre toda esa inmensa tribu política de gentes bien pagadas, personajes de altura capaces de enarbolar la bandera de la auténtica lealtad que conduce a la pacífica convivencia. El caso del Archivo de Salamanca -o el del Archivo de la Corona de Aragón (ojo al dato)- se convertirían en asuntos menores, mucho más técnicos que políticos, si existiera ese equilibrio de honestas lealtades. Pero no existe. Lo que está incautada es la esperanza.