Diario de León

DESDE LA CORTE

El punto de vista del muerto

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FERNANDO ONEGA
León

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RAJOY tiene ganas de hablar. Y espera tener mucho que decir. Y alberga mucha confianza en su dialéctica. Y siente necesidad de darle «vidilla» al Parlamento. Todo eso, junto, explica su propuesta de reforma del Reglamento del Congreso, que contiene algo muy atractivo, como es la posibilidad de hacer preguntas no registradas previamente; algo incómodo para el gobierno, como el aumento del tiempo para la oposición en las sesiones de control; y algo discutible, como quitarle al gobierno la capacidad de decidir la fecha del debate sobre el estado de la nación. Lo que más criticarán a Rajoy es que este impulso a la vid a parlamentaria le haya venido ahora, cuando es oposición, y no antes, cuando tenía mayoría suficiente para acometer esas reformas. Una observación tan sagaz no podía pasarle desapercibida a la agudeza de percepción de Gaspar Llamazares, que fue el primero en decirla en público. A mí me recuerda a aquel periodista en prácticas que tituló así una información: «Muere un obrero al caer por un terraplén de tres metros de altura». «Será de profundidad», le corrigió el redactor jefe. «Es que yo lo miro desde el punto de vista del muerto», se defendió el joven redactor. Rajoy, ahora, ve el Parlamento desde el punto de vista del muerto. Aquí el afamado analista don Pero Grullo aportaría la más elemental de las explicaciones: no es igual ver las cosas desde el Gobierno que desde la oposición, sobre todo cuando se habla de control. Cuando se es ministro, toda demanda de información parece exagerada, impropia, insolente, y, además, escasa de sentido de Estado. Si de mí dependiera, aprobaría hoy mismo las propuestas de Rajoy. Porque aquí todo el que estrena gobierno se propone convertir al Congreso en centro de la vida política. Como si se copiaran unos a otros o fuera una exigencia del guión, lo prometen en la investidura. Lo prometió Aznar, pero se le olvidó. Lo prometió Zapatero, y vaya usted a saber cuánto el dura el magnífico propósito. Lo que puede hacer peligrar la iniciativa de Rajoy es el privilegio que se otorga a sí mismo, en duración y en ocasiones de preguntar. Los demás partidos, que también son el obligo del mundo, no se lo van a permitir. Lo más problemático, los tiempos: no por mucho hablar se ganan más titulares. Y lo más esperanzador, las preguntas improvisadas. Si se consigue, las tertulias perderán el privilegio de ser el único lugar de debate de este país. El Parlamento desempañará ese papel. Y todos sabremos lo que piensa el go bierno sobre cuestiones candentes. Hasta ahora era el último en opinar.

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