¿Todo por la patria?

EL MINISTRO de Defensa, señor Bono, acaba de concederse a sí mismo la medalla al Mérito Militar, lo cual ha causado no poco estupor, incluso entre el enemigo, dado que no se sabe aún qué gestas heroicas haya podido acometer en los dos meses escasos que lleva en el cargo. Cosas del mando. Quienes fuimos a la mili obligatoria cuando la guerra fría -se dice mayormente por el rancho- y nos quemamos allí los morros quince meses recibimos por toda recompensa una cartilla en la que debajo del nombre de pila, el regimiento y la graduación, naturalmente de soldado raso, ponía «valor: se le supone». Éramos jóvenes y rojillos e intentábamos escaquearnos alegando las más variadas heridas en la dura batalla de la vida civil, como miopía, ser estrechos de pecho o hijos de viuda. Al final nos condujeron a todos al cuartel como borregos, donde entramos cantando lo de «la música militar nunca me hizo levantar», el segundo día nos raparon, el tercero contestábamos como un solo hombre «sus órdenes, mi sargento» y, a partir del cuarto, nos pusieron a limpiar letrinas. En aquellos tiempos, recién cascado Franco, esperábamos que vinieran a liberarnos los rusos o, como mínimo, los rojos del pueblo. Ahora, ya en la reserva, Putin ha perdido la guerra, los socialistas se llenan el pecho de chatarra y a la quinta de un servidor se le ha pasado la querencia de izquierdas, a mayores de la juventud. Hay que ver cómo cambián los tiempos. Del historial militar de Bono sólo se sabe por confesión propia que fue alférez de Caballería y que, en el acuertamiento de la Granja de San Ildefonso, mandó formar a toda la tropa, sable en mano, cierta vez que entró por la puerta un personaje con la tira de charreteras, galones en la bocamanga y gorra de plato. Luego resultó que era un ujier y no el almitante, según contó él mismo en la radio no hará ni una semana. Así las cosas, a mí que me den la Laureada de San Fernando. Y pensionada por quince meses. Qué menos.