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León

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BUSH tiene en su despacho la pistola de Sadam, como el que tiene un llavero recuerdo de Texas. El presidente la enseña y saca pecho. Parece asesorado por el espíritu del general Custer. Me pregunto cómo interpretaría un psiquiatra ese simbolismo; aunque mejor será no preguntarlo, no vaya a ruborizarnos. Lo que no puede mostrar es las armas de destrucción masiva. Prepara actualmente la conmemoración del Día D, el famoso desembarco de Normandía, una página escrita con grandeza por los Estados Unidos. La guerra es el horror, pero a veces no hay más remedio, y frenar a Hitler fue una de ellas. No es el caso de esta aberración actual en Irak, por petróleo y negocios..  Un año de condena para el sargento no sé cuantos por vejar prisioneros de guerra, y enlodar el buen nombre del ejército estadounidense. Sus carceleros le darán palmaditas en la espalda, y no habrá de recoger del retrete su rancho, tampoco será amenazado con perros, ni se le obligará a masturbarse. Pronto estará sembrando la noche con cruces en llamas.  La decadencia moral no es la de Estados Unidos, por tantas cuestiones admirable como país, sino la de una política basada en que dinero y  poder son valores absolutos, con el añadido del integrismo religioso sureño.  El cine nos trae su versión de la Iliada. Príamo llora desolado la muerte de Héctor, víctima de la cólera de Aquiles ¿Cuántas guerras se han sucedido, cuántas veces el eterno retorno de la nada a la nada? Nada hemos aprendido que no fuese ya clamado por las espadas troyanas. Bush exhibe la pistola de Sadam, que no es Excalibur. Las falsas gestas del presidente no hubiesen inspirado la lira de Homero. Es un ser sin épica y, lo que es peor, sin ética.