Diario de León
Publicado por
JOSÉ CAVERO
León

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EN LAS ENCUESTAS que se han efectuado inmediatamente después de los debates televisivos hay bastante coincidencia en apreciar que el candidato socialista Josep Borrell resulta ser, con toda probabilidad, y para la mayor parte de los televisionarios, el mejor preparado, el más brillante, el mejor polemista. A mismo tiempo, y por la misma razón, probablemente da una cierta imagen de niño repelente y sabihondo. Jaime Mayor Oreja parece que reclama cariño y atenciones particulares, como persona desvalida y tristona. Y el resto de los candidatos son compañía, paisaje plural, interesante sin duda, pero de segunda por razón de la fuerza garantizada que tienen las dos fuerzas hegemónicas del Parlamento español. Y, por si fuera poco, la popularidad de Mayor y de Borrell descarta casi por completo a casi todos los demás... Es cierto que Rojas Marcos se ha labrado ya durante años una marca e imagen propia, qué duda cabe, pero, ¿a qué fuerza o sigla dice usted que pertenece en esta ocasión? Dicho lo cual, cabe discutir la conveniencia o idoneidad de un debate a dos o de un debate a seis, y si hubo revelaciones gloriosas o espectaculares, y auténtico contraste de opiniones y demostración de posiciones alternativas en materias tan áridas como el futuro de la vieja Europa o la organización de los pueblos del Continente o hasta las novedades que aportará la Constitución cuando salga de su actual posición de bloqueo. La Constitución ésa tiene bastantes cosas más que un reparto de poderes que viene a modificar el Tratado de Niza que, por cierto, restó a España catorce eurodiputados en su representación en el Parlamento de Estrasburgo... Claro que también puede suceder lo que algunos prefirieron: tratar de reconducir el debate a los asuntos propios y domésticos, pero sin excesivo éxito. Se les ve demasiado el plumero. La cuestión, o la preocupación más severa, es conseguir que los ciudadanos votemos el día trece, y los debates electorales televisivos es probable que ayuden, estimulen, inviten a hacerlo. No parece que haya una sola razón para que se hagan elogios sin límite a los debates mismos, tan largamente esperados y reclamados. Lo mejor, por tanto, es que ya existen y no será fácil que alguien vuelva a decretar su eliminación no se sabe en razón de qué.

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