FRONTERIZOS
El Camino
UN AMIGO sostiene que si Santiago se hubiera aparecido en, pongamos por caso, Palencia, en Ponferrada viviríamos aún en pallozas. Al Apóstol le debemos mucho, efectivamente, en esta Ciudad del Puente. Aunque, para mayor precisión, a quien realmente le debemos gratitud eterna es al Obispo Gelmírez, «inventor» de la ruta turística de la Vía Láctea que publicitó el descubrimiento para apagar quizá los últimos ecos priscilianistas y, de paso, para «poner en valor», como se diría ahora, a aquel villorrio pétreo situado en los confines del mundo. Luego llegó Don Manuel y adaptó el hallazgo episcopal a los nuevos tiempos y así está el Camino, chorreante del más variopinto catálogo humano que uno pueda imaginar. La situación se complica cuando es Año Santo y la autoridad se ve en la obligación de montar saraos culturales para animar la cosa. Entonces se dispara una programación sobre el mapa del Camino como el estornudo de un polvorón, empleando habitualmente más dinero que imaginación y ganas, en la que es difícil no pasarse por arriba, con abundancia de mega-estrellas del pop y similares, o por abajo, con espectáculos historicistas pensados para el evento, recargados y vacíos. Son programas que corren ajenos al trajín de la ruta, también atacada por el ruido de nuestro tiempo: véase la excursión a lomos de camellas con patrocinio de una marca de cerveza o el paseo de la hija de Bush, supongo que penando por los muchos pecados del padre, rodeada de matones. Nada que ver con la belleza decadente de Shirley MacLaine, que sufrió años atrás los retortijones de la gula en la cuesta de Pieros y dejó su humana huella bajo las murallas de Bergidum. Y, pese a todo, el milagro está hecho: estos días se ven por el Camino gentes que van buscándose a sí mismos.