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León

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EN LA ESCENA final de la película Salvad al soldado Ryan , éste le pregunta a sus hijos y nietos, en un cementerio en recuerdo de los caídos en el desembarco de Normandía: «¿He sido buena persona, mereció la pena el sacrificio hecho por mí?». Lo pregunta con lágrimas en los ojos. Durante el pasado fin de semana se recordó la gesta del Día D. Algunas voces han protestado, con razón,  porque no hubiese representación oficial española, cuando muchos republicanos murieron luchando con los aliados. No son las guerras  justas lo digno de ensalzar, sino a quienes asumen una responsabilidad que les supera. Como Frodo y su misión para salvar a la Tierra Media, cuya primera parte ofreció ayer Antena 3 Televisión. El éxito en un reto así suele llevar consigo una parte de fracaso; por eso la expresión de tristeza -y de piedad- en el rostro del hobbitt. Ambas películas tratan sobre la dificultad de ser bueno, y del deber de intentarlo.   La política es un mundo demasiado maniqueo para la grandeza. Para encontrar energía espiritual hay que mirar hacia los concejales socialistas y populares en el País Vasco, ellos sí tienen sentido de la misión, del deber superior a fuerzas y miedos. Si miramos en las entrañas de la Historia sólo veremos grandes misiones olvidadas. El sacrificio abnegado de héroes anónimos. Su lucha contra algo que, pese a ser derrotado, habrá de volver. Qué frágiles somos, qué quebradiza nuestra memoria. Arrojamos al viento las lecciones aprendidas, o que debimos aprender. Un día la guerra de Irak, esa falsa epopeya,  será dos líneas en un libro; y poco después, ninguna. Pero todavía el amor y la amistad seguirán salvando el mundo, pese a sí mismo. Los héroes nacen para el olvido. Y fracasan hasta cuando triunfan.

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