Diario de León
Publicado por
MANUEL ALCÁNTARA
León

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NO ERA estrictamente necesario, ahora que hay tantos, programar un debate pomposamente titulado «Foro Nacional sobre Entorno Familiar, Menores, Educación y Televisión». Sólo ha servido para confirmar lo que ya sabíamos todos: que los niños procuran hacer lo que les da la gana, tanto de día como de noche. ¿Qué sería de ellos sin la desobediencia?, se preguntó Jean Cocteau. Cuando salen en la pequeña pantalla, que por cierto es bastante grande, esos estúpidos muñequitos llamados «Los Lunnis», invitándoles a planchar la oreja cuando todavía hace sol, los niños reaccionan de dos maneras: los mejor educados le hacen a sus padres una pedorreta y los de peores modales, una vez que les cortan el programa que están viendo, les hacen un corte de mangas. Nadie ignora que hay cosas que los niños no deben ver de noche y otras que no deben ver a ninguna hora, pero ya se sabe: los niños, lo que ven. Cualquier adolescente actual ha presenciado miles de coitos más o menos jadeantes y miles de asesinatos, sin contar aquellos cuyas víctimas son indios, mas o menos emplumados. Hay que ser muy angelical para creer que las criaturas, en vez de ver esas cosas, prefieren dormir como angelitos. El fenómeno no es nuevo y ni siquiera es un fenómeno. Los niños de ahora tienen la peculiaridad de parecerse a los de siempre. Su curiosidad no ha variado. Si acaso, lo que ha ido cambiando es el tonelaje de basura de las televisiones. Hace muchos años, como cuarenta o así, me contó Modesto Higueras que había escenificado el cuento de Caperucita para espectadores párvulos de colegios religiosos. «¿Quieres creer que cuando salió el lobo los niños le dieron una ovación al lobo?», me decía. Vigilar lo que se ofrece en la franja nocturna sólo sería eficaz si se observaran idénticas previsiones a cualquier otra hora. Además, hay niños que prefieren la noche. Yo fui uno de ellos. Colega de los búhos y no de las alondras. Así tengo los hombros, gastados por la luna.

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