TRIBUNA
Procesión del Corpus Christi: un vistoso espectáculo
DE SAN PABLO en su primera carta a los Tesalonicenses es la siguiente recomendación: «Probadlo todo y quedaos con lo bueno». Yo, miembro de la Iglesia, me siento impelido por el Espíritu -la conciencia me asegura que no sigo un parecer personal y menos el capricho- para comunicar a Cristo a los hombres. Sin embargo, crítico con ciertas imágenes de mi señor Jesús, en el presente caso, con la ofrecida por la máxima autoridad de la Iglesia, la cual desde tiempo inmemorial viene afirmando que la redención de los hombres se realizó sólo en la cruz, me salta la duda de si sabré dibujarlo como Él merece ser dibujado; porque de Dios sólo habla bien Dios. Sé que la sola lectura del título del librito resultará extraña a muchos de los que se asomen a estas páginas. A muchos más, seguramente, les escandalizará. Y no faltará quien crea que el «dibujante» se ha apartado por completo de la verdad. A todos les repito la recomendación del Apóstol: «Prueba, primero; si algo te parece malo, apártalo: pero no desprecies lo bueno». Aviso que te vas a encontrar con una lectura difícil. Te las tendrás que ver con el griego y con el latín. Te revolverás, lo sé, contra tanta argumentación filológica. Pero te obligaré a pensar, porque es necesario que la fe vaya siempre acompañada de la actividad de la mente. Creer no es decir amén a cuanto se nos propone, aunque sea la máxima autoridad de la Iglesia la que propone, sino un obsequium rationabile , una condencencia de la razón, que no encuentra motivos para oponerse a los mensajes del evangelizador. No te valdrá escudarte en la fe que llaman «del carbonero». No llames en tu auxilio al autor de La Imitación de Cristo: «¿Qué se nos da de los géneros y especies de los lógicos?», libro 3.º. Sacude tu pereza mental. Sé hombre. Sé lógico. Va a quedar puesta a prueba tu fe. Desde luego, si eres de los que la tienen, como el poseedor del talento del evangelio de San Mateo, escondida bajo tierra -muerta, más bien, porque no se traduce en obras- te aconsejo que no pases de esta página. No vales como soldado de la cruzada que dentro de la iglesia estoy dispuesto a emprender si alguien viene en mi ayuda. Cruzada, digo, dentro de la Iglesia para defender que Cristo se sacrificó por los hombres en el Cenáculo. Las armas que hemos de tomar las encontraremos en los libros santos; los mismos libros de que los papas han estado haciendo durante más de un milenio, por ignorancia -no precisamente invencible-, y en los últimos cincuenta años, por pertinencia, un uso indebido. Te expongo en pocas líneas en qué consiste tal abuso. Está empeñada la Iglesia en leer (en lengua latina): «Hoc est Corpus meum quod tradeteur» «Sanguis mesu qui effundetur»; (en lengua castellana): «Este es mi Cuerpo que será entregado» y «Mi sangre que será derramada»; (en lengua gallega): «Isto é o meu Corpo que se vai entregar» y «Meu sangre que se vai verter»; (en lengua catalana): «Aixo és el meu Cos entregat» y «La meva Sang vessada» donde dejaron escrito claramente San Pablo, San Mateo, San Marcos y San Lucas en lengua griega: «Touto estin to soma mou didómenon» y «To aima mou ekjunnómenon» expresiones que, sin pasarlas por el filtro del latín, equivalen a «Este es mi Cuerpo que se entrega» (preferible, «se está entregando») y «Esta es mi Sangre que se derrama» (preferible, «se está derramando»). Como puedes comprobar, los libros santos afirman lo dicho líneas atrás: que el sacrificio de Cristo para la redención de los hombres tuvo lugar en el Cenáculo, en el momento del mismo en que Él tomando en sus manos pan y echando vino en una copa pronunció las palabras acabadas de escribir. Los presentes «Se entrega» «Se derrama» de Cristo los cambia la Iglesia por futuros tanto en latín, como es castellano y gallego (la iglesia catalana echa mano de participios pasivos, con valor, no sabemos si de pasado, de presente, o de futuro). De lo que no cabe duda es que la Iglesia retarda el sacrificio de Cristo hasta la hora de la crucifixión; sólo en la cruz habría Cristo vertido su sangre por la salvación del mundo. La Iglesia ofrece una inmolación pasiva, casi ineluctable, de Cristo en el Calvario a manos de judíos y romanos -como en la película de Mel Gibson-, a una inmolación personal y activa en la sala del piso alto, ricamente ataviada, conocida por Cenáculo. Aquí, según ella, sólo hubo institución de la Eucaristía: conversión del pan en carne de Cristo; del vino en sangre de Cristo (a defender esta doble conversión ha dedicado los mayores esfuerzos). ¡Que no le hablen a la Iglesia de sacrificio de Cristo en el Cenáculo! ¡Y menos, de sacrificio cruento! Tenemos, por supuesto, derecho a preguntarnos: «Si no hubo sacrificio de Cristo en el Cenáculo ¿quién nos puede garantizar que hay sacrificio de Cristo sobre el altar?». Invirtiendo los términos de la pregunta: «Se considera la Misa sacrificio, porque se supone que el sacerdote repite las palabras que Cristo dijo en el Cenáculo, ¿y no creemos esas palabras hacedoras de sacrificio si es el Señor quien las pronuncia? ¿Dices, Madre Iglesia, que no hubo inmolación de Cristo en el Cenáculo? Si no había cuerpo que sacrificar imposible que se derramase sangre. El pan en las manos de Cristo continuó siendo pan; y el vino de la copa continuó siendo vino. Y lo mismo ocurre sobre los altares. Los sagrarios, desde luego, están vacíos. Las procesiones del día del Cuerpo y de la Sangre de Cristo no son otra cosa que mero espectáculo.