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Publicado por
MIGUEL A. VARELA
León

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LO MÁS probable es que nunca se pueda hacer esta fotografía. Ramón Carnicer, que ya hace año y medio que cumplió los noventa, ha recordado que lleva mucho tiempo sin moverse de su Barcelona adoptiva y que lo más probable será que no esté presente en la entrega del Premio Ciudad de Ponferrada de Literatura, que ha recibido ex-aequo con Victoriano Crémer. Nos quedaremos, pues, sin la foto en la que iban a estar juntos estos dos maestros nonagenarios, que sería la foto de un siglo de esperanza y crueldad al que estos dos leoneses se han enfrentado desde el rigor de la literatura, desde la tabla de salvación de la conciencia personal que es ser fiel a uno mismo. Sé que Carnicer lamenta no estar en esa foto porque se iba a hacer en Ponferrada, que es una ciudad que le acogió cuando las voces de la caverna se alzaron contra él porque había sido notario fiel de lo visto en su recorrido a pie por la Cabrera de principios de los sesenta, y tal como lo vio lo contó en un libro imprescindible en la historia de la literatura española de viajes. Carnicer, el viajero de caminos y bibliotecas, no realizará este trayecto entre Cataluña y el Bierzo para sentarse con Crémer, el hombre que dialogó con la muerte en aquella cárcel de San Marcos de una posguerra en la que llovía ceniza y sangre por las calles de León. Crémer me dio una vez un consejo en una tarde de calor y poesía en Villafranca: «hagas tornillos o novelas, no te jubiles nunca». Yo le pedí las señas del diablo con el que tuvo que haber pactado esa vitalidad cachazuda, pero Crémer disfruta una genial sordera buñuelesca que le evita contestar preguntas impertinentes. No vamos a tener ocasión de hacer la foto, pero Ponferrrada debe sentirse orgullosa de que un premio con su nombre esté en manos de estos dos viajeros del tiempo.

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