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Publicado por
ANTONIO PAPELL
León

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SE HA resuelto el enigma: el PSOE ha ratificado con su victoria de ayer la que obtuvo el 14-M. El vuelco del electorado en aquella fecha no fue fruto de una pulsión momentánea. El PP, que ha reducido distancias a pesar de que también el PSOE ha mejorado su porcentaje, ha de conformarse definitivamente con ser la primera fuerza de la oposición. Pero la gran abstención del electorado ha lanzado un mensaje muy negativo sobre la construcción europea. Hace cinco años, las elecciones europeas se celebraron al mismo tiempo que las municipales y autonómicas por lo que no cabe propiamente una comparación entre los respectivos porcentajes de abstención. Lo cierto es que, esta vez, la participación ha sido espectacularmente baja, de apenas el 47%, netamente inferior incluso a la que se registró en las europeas de 1989, que también se celebraron en solitario (la abstención fue entonces del 45,29%). En la mayoría de los países europeos, la participación ha sido asimismo infer ior al 50%. Indudablemente, este comportamiento del electorado ha de entenderse como un claro desinterés hacia Europa. O, más propiamente, como un rechazo al modo como los grandes partidos, y no solamente en España, plantean esta clase de consultas, en las que la apelación al ciudadano tiene siempre muchas más claves internas que propiamente vinculadas al objetivo formal que teóricamente se persigue: impulsar una determinada forma de integración europea. Si se contempla el panorama con cierta perspectiva, se advierte que los resultados de las sucesivas consultas europeas poco tuvieron que ver con las propuestas que las fuerzas políticas realizaron con respecto a Europa y siempre respondieron a la coyuntura interior. Las europeas confirmaron, pues, un estado de opinión que se ventilaba de puertas adentro del país. Ahora, las europeas, tercera reclamación electoral a los españoles en menos de doce meses, se celebran tres meses después de la inesperada victoria socialista por cinco puntos porcentuales del 14 de marzo. Y precisamente por lo imprevisto de tal resultado, que ninguna encuesta había presagiado, esta consulta tenía un valor especial, relacionado con el 14-M. Los socialistas deseaban confirmar que aquella victoria no obedeció a una reacción visceral y súbita del electorado tras la tragedia del 11-M sino a una verdadera mudanza meditada y reflexiva de las preferencias colectivas; los populares, en cambio, confiaban en que la recuperación del apoyo mayoritario de los ciudadanos confirmaría la anómala excepcionalidad de aquel resultado. Finalmente, el electorado ha actuado congruentemente con su decisión de hace tres meses, reforzada por la popularidad que en ese tiempo ha conseguido el nuevo gobierno. Sin embargo, y en aras de la objetividad, hay que hacer constar que la elevada abstención desfigura las conclusiones que se obtengan de los resultados: con tan exigua participación, los parangones son por fuerza superficiales e inexactos. Ocurriera lo que ocurriese ayer, el curso de la legislatura estaba ya decidido en sus líneas esenciales; con todo, si el PP hubiera conseguido superar al PSOE, el tono de la dialéctica política se hubiera crispado peligrosamente. La cúpula popular, que apenas se ha atrevido hasta ahora a insinuar cierta ilegitimidad del gobierno socialista por haberse alzado con la victoria en la coyuntura dramática del 14-M, se hubiera lanzado a buen seguro a una peligrosa campaña de deslegitimación de la mayoría. Campaña inocua en términos institucionales pero muy destructiva en lo referente a la convivencia democrática y a los acuerdos que deberían perfilarse en esta crucial legislatura: consensos constitucional y estatutario, indispensables para que las reformas proyectadas lleguen a buen puerto; consenso, también, en política exterior y en algunas cuestiones inquietantes, como la inmigración, que deben encauzarse cuanto antes.

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