EN BABIA
La indiferencia de Europa
SE HAN consumado las elecciones europeas. Ya tenemos nuevo parlamento en Estrasburgo que decidirá cuestiones sin duda muy importantes, pero que a muchos ciudadanos de los distintos países nos resultan lejanas. No obstante, a la mayoría le parece bien la unión de un continente compartimentado hasta la exasperación en un mosaico de países y lenguas que han sido causa y objeto de las guerras más sangrientas de la historia. Sólo hace sesenta años que la geografía europea estaba asolada por los combates. Los europeos han demostrado que pueden vivir juntos como buenos vecinos y ahí están Alemania y Francia para rubricarlo. Todo un ejemplo para Bosnia, Serbia, Macedonia o Kosovo. También para israelíes y palestinos. La unión, pues, es admirada e indiscutible, pero Europa no puede quedarse sólo en eso. Puede que los grandes partidos políticos europeos tengan claros los rasgos de la Constitución que se prepara, pero los ciudadanos apenas la percibimos. Estamos todos demasiado ocupados con las políticas locales y nacionales y a pesar de llevar ya dieciséis años en la UE, el parlamento de Estrasburgo nos queda muy lejano. Para algunos se fabrica la Europa de los burócratas; para otros la de los comerciantes. El movimiento de personas está limitado, pero el de capitales no tiene límites ni horarios. Desde Europa nos llegan los fondos de cohesión, pero también la política agraria del comisario Fischler. Tenemos una moneda común y tendremos una sanidad, una justicia y una policía comunes, lo cual sin duda favorece a los ciudadanos. Aunque nadie niega las particularidades, tenemos rasgos culturales cada vez más homogéneos lo cual habría que valorarlo de forma positiva. Nos falta una lengua común, pero nos vamos entendiendo. Europa es un conglomerado que quiere definirse y no lo tiene fácil. Una macroestructura política cuajada de funcionarios, pero puede que nos libere o nos ayude a sacudirnos el poder y el conservadurismo de los insoportables caciquismos locales.