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Publicado por
MANUEL ALCÁNTARA
León

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HACIENDA, que somos todos, aunque algunos más que otros, tiene el proyecto de clasificar a los ciudadanos según el nivel de riesgo de fraude fiscal que ofrezcan. En principio, pueden dividirse en amnistiados y esquilmados, pero esas instalaciones son muy simplistas y carecen de matices. Hay peritos en la evasión, que crean empresas afluentes para justificar pérdidas, con la finalidad de que nadie pueda arrendarles las ganancias, y hay quienes están obligados a la honradez porque sus sueldos, aunque no sean tan grandes como los de los eurodiputados ni de los consejeros digitales, no pueden ocultarse de ninguna manera. El buen ministro de Economía y Hacienda y vicepresidente segundo, Pedro Solbes, al que le ha caído la tarea de explicarle nociones de aritmética a sus compañeros de gabinete, prepara nuevos planes de inspección para cuando pase el calor. Después del verano, que es tierra de nadie y orilla de todos, llegará el momento de los detectives bursátiles. Hay que investigar, ya que en sus palabras «no podemos convertirnos en 'el llanero solitario' e ir en contra de lo que hacen otros países en el tratamiento fiscal del ahorro». Lo que ocurre, y don Pedro no lo ignora, es que en España es muy alto el número de granujas por metro cuadrado. Aquí todos los que engañan, no sólo se consideran más listos que los demás, sino que los desprecia por no saber hacer lo que ellos hacen con tanta impunidad como donaire. La Hacienda española está sostenida básicamente por los pobres, llamándole pobres con muy poca precisión, pero con absoluta verdad, a todos los que trabajamos. Las nóminas son inocultables. No así los negocios, negocietes, trapicheos y cambalaches, que se disfrazan fácilmente. ¿Cómo sería nuestro país, antiguamente llamada patria, si tributaran de una manera acorde las 129.000 personas que tienen más de un millón de dólares? Es más que probable que estuviéramos nadando en la abundancia en vez de estar siempre con el agua al cuello.