CON VIENTO FRESCO
Una saga de maestros
HACE UNOS MESES, mi madrina Tita Garnelo, me regaló una vieja y entrañable fotografía, que conservaba entre los recuerdos queridos de su juventud. En la fotografía están retratados los alumnos de la escuela de Cacabelos, en el curso 1934-1935, y entre ellos, en la fila superior, su difunto marido, Alfredo Fernández. En medio de los chicos posan dos de sus maestros, mi bisabuelo Florencio y mi abuelo Augusto, y a un lado, destacando sobre los niños, mi padre, que entonces estaba a punto de finalizar en el Gil y Carrasco sus estudios de Bachillerato. Con el tiempo, después de la guerra civil, también él ejercería como maestro en dicho pueblo. El regalo, lo sabía muy bien mi madrina, me hizo una gran ilusión; pues en la fotografía están tres generaciones de mi familia, que durante un largo siglo impartieron su magisterio en Cacabelos, en el que han dejado, en alguna gente, su especial impronta. Mi bisabuelo Florencio García, natural de Alija del Infantado, vino a Cacabelos como maestro hacia 1880, con solo 16 años. Aquí se casaría en 1885 con mi bisabuela Elisa Ojeda, y en este pueblo desempeñaría su profesión hasta finales de la guerra civil, junto con sus hijas Josefina y Elvira. Cuando llegó al pueblo había otro maestro, Isidoro Llanos, y una maestra, y a semejanza de otros lugares de la provincia, las escuelas eran viejos caserones destartalados. El ayuntamiento, que a finales del siglo dedicaba buena parte del presupuesto a gastos en educación, construyó en 1894, siendo maestro titular mi bisabuelo, un buen edificio escolar, con cuatro aulas, dos de chicas y dos de chicos, y una vivienda. Estas fueron las escuelas de Cacabelos hasta los años sesenta, aunque en la República hubo de alquilarse otros dos locales, y en la postguerra cuatro más, por el creciente número de alumnos. Son las viejas aulas de mi infancia, con los pupitres con tinteros de cerámica, las estufas de leña y la leche americana; son también los años de las enciclopedias Álvarez, ahora reeditadas como recuerdo nostálgico de aquella época. En la República, mi abuelo Augusto Balboa, casado con una hija maestra del mencionado Florencio, e hijo él mismo del maestro de Magaz de Arriba, Eugenio Balboa, se trasladó desde las escuelas de Arganza a las de Cacabelos, en las que permanecería hasta su jubilación en los años sesenta. A comienzos de esa década, siendo director mi abuelo, y en un terreno adquirido a finales de la dictadura de Primo de Rivera, se construyó un nuevo grupo escolar, integrado por diez unidades, cinco de chicas y cinco de chicos, y otras tantas viviendas para maestros. Por entonces, también por traslado desde Quilós, llegó a Cacabelos mi padre, que ejercería hasta los años ochenta en dicho pueblo. Muy pronto, especialmente tras la ley de Villar Palasí, también esas diez aulas quedaron sobrepasadas por una EGB con más cursos y más niños, lo que obligó a contratar locales para albergarlos a todos. Con esta enseñanza aparecieron las mochilas y los libros sobre las espaldas de los niños. Siendo director mi padre, Augusto Balboa, y como consecuencia de los pactos de la Moncloa, se añadió al grupo escolar un nuevo edificio, con 16 unidades, que fue inaugurado en 1979. Es una construcción moderna de ladrillo visto que, con las aulas, cuenta con comedor, biblioteca, oficinas y sala de profesores. Entre los dos edificios, el colegio llegó a acoger a 800 alumnos. Este fin de semana se ha celebrado, con una exposición, una cena y otros actos, el 25 aniversario de la construcción del mismo, aunque el anunció hablaba de aniversario del nacimiento del colegio Virgen de la Quinta Angustia. No fue el aniversario del colegio ni mucho menos de las escuelas, que tienen una historia bastante más dilatada en el tiempo. Con todo, es bueno que autoridades, alumnos y profesores recuerden y festejen una parte de la historia de la educación en Cacabelos, porque escuelas y colegio constituyen una pieza sustanc