CRÓNICAS BERCIANAS
José Luis Prada «eslaostia»
«¿CÓMO ESTÁS?». Te saluda inevitablemente con voz de aguardiente con cerezas un tipo chaparrete, con aire de cuate, que camina perennemente como si acabara de descabalgar de su montura, y parece a punto de desenfundar los dos revólveres invisibles que penden de su cintura. Y si titubeas en la respuesta, o le tiendes la mano relativamente blanda, estás muerto... De vergüenza y de envidia. Te abochorna con una de esas sobredosis suyas de entusiasmo:«¡A Tope, hombre, hay que estar a tope!». «A tope» es el grito de guerra, la máxima mercadotécnica, de José Luis Prada, ese empresario iconoclasta que para los más ortodoxos, los que no se concedan dos minutos en abrirse a sus encantos, puede parecer algo afectado incluso en su naturalidad. Pero que en cuanto te dejas llevar sólo un poquito descubres que, pese a los costurones de sus contumaces incursiones en la política, es de esas personas de una sola piel. Que realmente vendimia optimismo cada mañana desde su atalaya de Canedo y Campelo. Gracias al simple cambio de color de las hojas de sus cepas, mimadas como tulipanes holandeses, o acaso al compás bamboleante de los sarmientos, acunados por el viento que se decanta suave entre los pinares que abrigan su Olimpo berciano. Aunque cuando corroboras verdaderamente que este Prada es fetén, y que tampoco tiene mayor interés en ocultar que su imagen de primitivismo y de hombre apegado a la tierra le ayuda a vender sin perder nunca de vista las nuevas tecnologías, los hipercertificados de calidad, la barricas de roble más pulidas, o los depósitos de aluminio relucientes como un jaspe, es cuando aparca el mercadotécnico «A tope» y empieza a salpicar de ostias su torrencial conversación. Hay a quien las corbatas les sientan como una soga. A otros la coleta les convierte la cabeza en un botillo con el cordelito un poco pasado de frenada. A Prada las ostias le quedan como a un rey. «Eso es la ostia». «Eso sería la ostia», recita cuando se siente a gusto. Y sus interlocutores traducen, lo que en boca de otro sonaría como un exabrupto discordante, como una hipérbole de belleza sin igual. La ostia, con el acento crepitante de Prada, fue la presentación en el Palacio de Canedo de sus vinos ecológicos, de su gran reserva. Y la exhibición de sus tractolimusinas , cargadas de periodistas especializados, políticos y demás ganao encasquetados con sombreros de paja de máxima seguridad, lanzándose en una nueva modalidad de barranquismo motorizado por pendientes con sesenta grados de inclinación. Los más acojonadetes hasta saltaron del remolque alimusinado del John Deere. «¿O era un Massey Ferguson?». Pero no paso nada. Porque aunque pudiera dar otra impresión, Prada deja muy poco a la improvisación. Su trabajo y sus créditos le cuestan. Su cuidadísima técnica, de hecho, creo que debería estudiarse en todas las escuelas universitarias de negocios. Si algo hubiera llegado a ocurrir, él mismo se hubiera ocupado de auxiliarte: «¿Como estás?». Y aún jodido tendrías que haberte mostrado entusiasmado: «A tope». «¡Sería la ostia!». Pero esto hay que verlo. 1397124194