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Publicado por
MANUEL ALCÁNTARA
León

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DOS DE LOS contemporáneos oficial y realmente más poderosos, George Bush y Bill Clinton, están empeñados en la misma tarea: justificarse ante la Historia. Bush insiste, contra toda evidencia, en la relación entre Sadan Husein, el despótico matarife, y Osama Bin Laden, el hombre invisible. Está archicomprobado que no hubo conexión entre Al Qaida e Irak. La Comisión que investiga el 11-S ha desmontado, uno a uno, todos los argumentos esgrimidos para justificar la invasión. Sólo queda en pie uno: que allí hay petróleo. Si sólo hubiera habido una terrible dictadura, no sería bastante, ya que las dictaduras no pasan por las refinerías, a pesar de hacer combustibles a quienes se oponen a ellas. Por otra parte, que es la que da al cementerio en el que se ha transformado Irak, está más que demostrado que el arsenal de armas de destrucción masiva del sátrapa era inexistente. ¿Por qué ese empeño en hacer cierto lo inverosímil? Todo el mundo quiere ser fotogénico cuando aparezca su imagen en las páginas de los libros de texto, pero algunos sólo quedan bien de espaldas. Bill Clinton, que cree que nos cae a todos bastante más simpático que el hijo de Bush padre, también desea quedar bien. Se conoce que ambos creen en la posteridad, esa «superposición de minorías». Los pecados de Bush son de cejas para arriba, ya que la idea de guerrear se le incrustó en el entrecejo, y los de Clinton son de ombligo para abajo. Mucho más perdonables. Ahora escribe sus memorias y ya se sabe que los libros de memorias son siempre una exculpación o una coartada. Confiesa que su relación con Mónica Lewinsky fue «un terrible error moral». (Antes dijo que fue «una relación inapropiada»). Bueno y ¿qué? La muchacha también tenía derecho a decir «esta boca es mía». Ahí no murió nadie, salvo unos espermatozoides más o menos presurosos. Los casos no son comparables. No es lo mismo pasarlo bien un ratito que pasar por las armas a miles de personas. El caso es que uno por el otro, la Casa Blanca sin barrer.