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FERNANDO DE ARVIZU PARLAMENTARIO REGIONAL Y EX SENADOR
León

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EL CINE ha vuelto a poner de moda la guerra de Troya. Bueno será que al calor de esa actualidad tratemos de hacer una comparación provechosa en el plano político entre uno de los héroes que en ella participaron y otro personaje, igualmente encumbrado, que nos es mucho más cercano. Idomeneo era rey de Creta, hijo de Deucalión y nieto de Minos el grande. Parece que se fue a la guerra de Troya porque también estaba enamorado de Helena, pero eso tiene poca importancia. Llegó allí con ochenta naves cargadas de soldados y al parecer se distinguió discretamente en algunos combates. En uno de ellos, habiendo perdido su lanza, Homero nos dice -irónicamente- que abandonó el frente y se fue a defender sus ochenta barcos y al parecer no se movió de allí. Pasó a la historia no por su valor ni por su heroísmo, sino porque consiguió volver a Creta sin perder ni uno solo de sus ochenta navíos. Su talante conservador volvió a ponerse de manifiesto durante el viaje: una tormenta amenazó su flota, por lo que Idomeneo prometió a los dioses que sacrificaría a la primera persona que viese al llegar a tierra. Como después de la tempestad viene la calma, llegaron los barcos a las costas de Creta y salió a recibirles el propio hijo del rey, que fue sacrificado según el voto de éste. Los cretenses, escandalizados, lo expulsaron de la isla. Hasta aquí la historia, que debe ser tomada con todas las precauciones de las fuentes de la época, tan proclives a la hipérbole. Pero retengamos lo que parece ser el hecho más importante de la vida del cretense: volvió a casa con todos sus barcos. El caballo de batalla -que no de Troya- del presidente Rodríguez Zapatero durante la campaña electoral e inmediatamente después ha sido la retirada de las tropas de Irak. No es cuestión de dar muchas vueltas más a una perdiz que lleva tres meses mareándose. Estaban allí porque Aznar las llevó a una guerra impopular. Eso, y los atentados, y la campaña mediática, nos costaron las elecciones generales, asumámoslo desde el principio. Eso, y los atentados y la campaña mediática, dieron la victoria a Zapatero, que lo asuma también. Tras la retirada, los resultados electorales obtenidos en las europeas por los socialistas no son precisamente para tirar cohetes: han ganado las elecciones -ni discuto aquélla ni esta legitimidad- pero el gesto no ha dado resultados en la medida que se esperaba. Y como la vida sigue, el panorama internacional en el que nos ha colocado el gesto de Zapatero no puede ser más inquietante y puede resumirse así: España ha dejado de contar en el concierto internacional. A ningún país que tiene tropas en Irak le ha hecho gracia la retirada, y eso es cosa que se paga más a la corta que a la larga. Y a la corta los gestos no se han hecho esperar: la ONU ha aprobado una resolución que España no ha tenido más remedio que votar para no quedarse fuera de juego, aunque a los grandes les importase lo que se dice un pimiento lo que el señor Moratinos -Rodríguez Zapatero a la postre- dijese o votase sobre el particular. El cuerdo a cinco bandas sobre el terrorismo internacional se ha concluido sin que España haya sido invitada a participar en él, pese a que nuestro país ha sido azotado por el terrorismo antes y ahora. Marruecos y Estados Unidos han concluido un acuerdo que convierte al primero en «amigo preferente» a todos los efectos. Francia, por su parte, acaba de concluir otro macroacuerdo con Marruecos, que abarca todos los órdenes de cooperación, desde la militar a la cultural. Y todo sin que el ministro Moratinos -Zapatero en suma- se muestre preocupado por ello. Pues debería, porque ya es para preocuparse la eventualidad de un nuevo gesto marroquí tipo Perejil o tipo Marcha Verde: los que tenemos más de 50 años sabemos bien los efectos que ésta originó ¿Qué ocurriría ante una nueva edición sobre Ceuta o Melilla?, ¿cree el señor Moratinos -Zapatero en suma- que Estados Unidos nos apoyaría?, ¿qué Francia nos apoyaría? Acaba de terminar la reunión de los grandes del planeta, el G-8. Hablan sus miembros de ampliar el círculo con China y la India. España ni siquiera ha sonado para esa ampliación. Y en un ámbito europeo, el talante y la sonrisa se han demostrado instrumentos poco útiles para la negociación, sobre todo desde que Zapatero ha decidido poner a España a remolque de Francia y de Alemania, que van a defender sus intereses ante todo y que tienen muchas más horas de vuelo que el presidente y su ministro en las duras negociaciones comunitarias. Se ha visto en la negociación del olivo y del algodón de la ministra Espinosa. Está por ver con qué nos vuelve Zapatero y su talante de la próxima cumbre europea. Puede que España no quiera embarcarse en conflictos lejanos. Pero es seguro que España no quiere perder peso específico en la Unión Europea ampliada: y eso es lo que está haciendo Rodríguez Zapatero, al ponerse a negociar sin bazas, desde una posición de debilidad. No tiene justificación la renuncia gratuita al peso atribuido a España en el Tratado de Niza. Si no rectifica, Rodríguez Zapatero no pasará a la Historia como un estadista, sino como un nuevo Idomeneo: el presidente que retiró las tropas de Irak ¿Es esto suficiente? La Historia lo juzgará, porque siempre acaba poniendo a cada cual en su sitio.