EN BABIA
La esperanza
LA ESPERANZA es ese don magnánimo que queda al final de todos los males. Fue lo que quedó escondido en lo más profundo de la caja de Pandora cuando la curiosidad de esta pobre Eva griega le llevó a abrir el cajón de los desastres. Es lo más humano que tenemos, es accesible para todos y tiene la ventaja de no necesitar intermediarios. La esperanza no es producto de la impotencia ante los hados divinos o malignos. Tampoco es resignación ni consentimiento ni aceptación de lo negativo. Es un impulso que nos mueve a transcender de lo bárbaro y maldito, el mismo que nos anima a buscar una salida cuando se cae en una ratonera o en un hoyo profundo de la selva. Por eso es necesario hablar de la esperanza, recordar que existe y que se mueve por el mundo como el viento, más deprisa y con mejor tino que el capital globalizado y especulador de las bolsas y muchas empresas del planeta o que el misil de daños directos, colaterales y tan inútiles como las guerras preventivas. También conviene resaltar que no necesitas ni buscarla. Ella siempre te encuentra en el camino. Forma parte del destino y no espera nada de nosotros. Sólo nos acompaña, se sienta a nuestro lado y nos observa mientras transcurre nuestra vida. Es como el ángel de la guarda. Y no se aburre nunca, ni siquiera al leer los repartos de poder y los puntos, las íes y las comas de la Constitución que se espera para Europa. Ni al compartir nuestra vida cotidiana, cuando rellenamos las casillas de la declaración de la renta, pagamos los impuestos al moroso ayuntamiento o sorteamos con fortuna a ciclistas, amos de la pista, a peatones imprudentes o locos conductores. Hasta cuando discutimos con amigos, desconocidos o vecinos. En nuestra humanidad nos vemos abocados al fracaso muchas veces, pero ahí está la esperanza, para recordarnos los plazos y todas las cuestiones de la vida que discurre y en momentos de pesar, como los que pasan mis amigos, parece inalcanzable, pero ¡quiá!, no hay forma de separarla de nosotros.