DESDE LA CORTE
Aljubarrota sólo fue un ensayo
Y ENCIMA, cachondeo. Salía el señor Rodríguez Zapatero del despacho de Su Santidad, se supone que con bendición apostólica, y el secretario de Su Santidad se vengó del aborto y los matrimonios gays con un recuerdo de la hazaña de Lisboa. Te acercas a un bar, pides discretamente un cortao, y el camarero te lo sirve así: «¿Qué? ¿Otra promesa electoral cumplida, no? Era verdad lo que dijo ZP, que para el 30 de junio no quedaría ni un soldado en el extranjero». Y en Portugal, ni te cuento. Lo de Aljubarrota fue un ensayo para este domingo. Los cartelones de carretera dicen «adiós». Un titular de periódico exclama « Olé» . Un reciente informe internacional dice que la gran obsesión de Portugal es demostrar su independencia de España. Ya la ha demostrado. No era más que un partido de fútbol. Es decir, once millonarios de los mejor pagados del mundo, corriendo en paños menores detrás de un balón. Iban a ganar todavía más millones si demostraban saber darle con el pie a ese balón. Ese era todo su arte. Pero ni por esas. Cayeron como mercenarios, sin honra ni gloria. Lo malo es que estas derrotas deprimen mucho al personal. Nunca tantos españoles lloraron juntos ante un televisor. El personal, como en tiempos de Roma, requiere pan y circo. El pan anda renqueante, endurecido por el petróleo y otros precios disparados. Hay incertidumbres sicológicas de futuro, por los traspiés de algunos gobernantes. Por eso nos quedaba el circo en forma de fútbol para mantener ilusiones y ambiciones. Daba la impresión de que las subvenciones perdidas en Bruselas eran de importancia menor, siempre que demostráramos superioridad en el campo de juego. Pero, si eso también nos falla, volvemos al pesimismo histórico. El día de ayer quedará como el más triste en la prensa de los últimos tiempos. Con un agravante: ni siquiera nos queda el recurso fácil de pedir una comisión de investigación. Por eso, de alguna forma, ha sido derrotado Zapatero. La Eurocopa era como su estreno internacional. Cuando España le ganó a Rusia, la vicepresidenta Fernández de la Vega contaba la sagacidad del líder: por teléfono le había dicho «hay que poner a Valerón». Lo pusieron, y gol. Ahora no queda ni esa magistral lección de estrategia. Y encima, apearon a la única institución popular que lleva el nombre de España y hace lucir la bandera nacional. ¡Qué desastre! También nos quedamos sin argumentos pasionales contra las selecciones deportivas autonómicas. Porque, con resultados así, ¿para qué queremos una selección nacional?