EL RINCÓN
Los nuestros son de fuera
ESPAÑA enviará tropas a Haití y Afganistán, se dice que como un gesto de distensión hacia el Imperio. Va siendo una de nuestras tradiciones mandar soldaditos españoles y, una vez destinados allí, utilizar su presencia a favor o en contra de las distintas corrientes políticas, que tienen en común una sola cosa: provocar pulmonías. Más nos valiera haber enviado a Portugal a futbolistas más aguerridos, al mando de un mariscal sin gorra, pero menos tontorro y menos cobarde. El fútbol no es más que un juego, pero con la ilusión de la gente no se juega. Además, si bien se mira y como mejor se ve es en la tele, el fútbol quizá sea más que un juego. Como dijo aquel entrenador inglés, no es que sea una cuestión de vida o muerte, sino algo mucho más importante. Hablan todos los cronistas de fiasco. Nuestra selección mantiene su admirable fidelidad al fracaso y lo sorprendente sería que en este torneo hubiera innovado su costumbres, pero quisiera romper, si no una lanza, que ya no quedan, sí una cuartilla, en descargo de estos inútiles millonarios. Hacen lo que pueden y pueden hacer muy poco. Nuestra Liga es la Liga de las estrellas porque las exportamos de otras galaxias. Los nativos están de relleno. ¿Qué sería del Valencia sin Ayala y sin Aimar?, ¿y del Madrid sin Ronaldo, sin Roberto Carlos y sin Zidane? La resurrección del Barça se basa en Ronaldiño. Somos buenos porque adquirimos a los mejores. Quizá convenga recordar que la grandeza de nuestro fútbol se basa en la chequera. La cosa no es de ahora. Kopa, Rial, Di Stéfano -fuera gorros-, Puskas y Santamaría, que no habían nacido en España, glorificaron el fútbol español. Kubala, solo o en compañía de otros compatriotas, levanta al gran club catalán que luego llevaría a las mayores alturas deportivas a Johan Cruiff. Esa es la verdad. ¿Cuántas «botas de oro» se han calzado los nacidos en la península? El ridículo de nuestra selección se ha debido a que no hemos podido seleccionar a otros. Prohibido disparar contra nuestros futbolistas. Los pobres hacen lo que saben.