Diario de León

DESDE LA CORTE

El entierro del rencor

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FERNANDO ONEGA
León

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LOS MINISTROS no consiguen transmitir una nota de tranquilidad. Pero el presidente está empezando a poner algo de sentido común en las más graves cuestiones que este país tiene planteadas. Con toda discreción ha iniciado el diálogo con Ibarretxe, que hasta ahora era considerado por La Moncloa como la reencarnación del diablo. Ha sido una conversación telefónica, de la cual sólo sabemos lo poco que el lendakari ha querido revelar en entrevista radiofónica. Ante tanto misterio, los nostálgicos de Aznar pueden clavar las uñas. Pueden gritar algo parecido a esto: «¡ahí tenemos el fruto del talante! ¡La debilidad del gobierno hace crecer a los nacionalismos! ¡Zapatero ha comprado los votos del PNV en el Senado por 32 millones de euros!». Quizá no les falte razón: a cambio de ese discutido dinero del cupo, los nacionalistas vascos se avienen a votar la ley de estabilidad presupuestaria. Eso es lo que probablemente signifique el «desbloqueo del cupo» que el lendakari presentó como gran logro de la conversación. No es la postura de este cronista. Me importa poco el peloteo de esos 32 millones que se estaban descontando mutuamente con artes de mal pagador. Lo que importa es que la relación entre Madrid y Vitoria haya vuelto a la normalidad. Es increíble en un país civilizado, pero hasta ahora los dos presidentes no se hablaban. No se llamaban. Estaban, por tanto, en permanente actitud de agresión. Hemos censurado tanto esa actitud, que ahora nos tendríamos que poner a aplaudir. No se trata, obviamente, de que Zapatero e Ibarretxe se digan sí a todo o que renuncien a sus posiciones políticas. Se trata, sencillamente, de que hablen; de que sustituyan el rencor por el diálogo. Se trata de que diriman sus diferencias como personas civilizadas, y no con la técnica de la confrontación. Se trata de que sean capaces de marcar un número de teléfono. Y se trata de que reconstruyan los puentes rotos, porque lo dramático de la situación vasca, al margen del terrorismo, es que no había ningún puente: se habían destruido. Ese sí es el «talante». Ahí es donde podemos descubrir que, en efecto, ha comenzado la prometida nueva forma de gobernar. A Zapatero no lo juzgará la historia por su capacidad de hacer una política de izquierda, sino por haber estructurado este país. Pongámoslo más sencillo: por haber normalizado las relaciones con territorios que, de lo contrario, sentirán el impulso de separarse. Y esa tarea quizá acaba de comenzar.

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