La gran evasión

LAS OPORTUNAS encuestas, y también otras de deliberada inoportunidad, nos permiten saber lo que piensa la gente. Gracias a los sondeos de opinión muchos políticos con buen oído se ponen a dirigir la orquesta sin importarle la melodía. Todo consiste en averiguar los gustos del público y, una vez conocidos, suministrárselos. Los servicios de los encuestadores a destajo son inestimables por la sencilla razón de que hay que tener en gran estima la voz del pueblo en toda democracia. Lástima que no se sepa lo que opinan los que no contestan. Por lo que sabemos, el 55 por ciento de las personas consultadas sobre la institución monárquica cree que «es algo superado desde hace tiempo». También sabemos que seis de cada diez hogares españoles tienen problemas para acabar el mes sin que su último tercio les obligue a practicar una especie de ramadán ajeno a cualquier creencia. Gracias igualmente a las encuestas conocemos la cifra de compatriotas que pueden ahorrar algún dinerín y el criterio que tenemos acerca del número de inmigrantes a los que conviene ofrecerles nuestra acreditada hospitalidad. Lo saben todo acerca de nosotros gracias a la legión de detectives, no siempre peatonales, que husmean por todos los rincones. Todo, menos una cosa: ¿dónde están los 11.500 millones de euros que se pierden al año entre el fraude del IVA y el blanqueo de dinero por drogas? Se dice que el dinero es tan difícil de ocultar como la tos, el fuego y el amor, pero se nota que hay prestidigitadores excepcionales. La dificultad sólo atañe a quienes tienen controlado por Hacienda todos sus ingresos. Con ellos se ceba la implacable agencia tributaria, pero la presión fiscal no afecta a los narcotraficantes, ni a la llamada economía 'sumergida', que no hay que confundir con la de los que vienen en pateras, ni a los súbitos aristócratas del ladrillo que realizan grandes operaciones inmobiliarias. Esas son las puertas por donde salen tan campantes los evadidos. Los sondeos no les alcanzan. No saben. No contestan.