Diario de León
León

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EL ARTE poco entiende de patrias chicas, pero fue un orgullo escuchar música de tan alta calidad compuesta por leoneses, dos ellos contemporáneos nuestros. El Auditorio es uno de los pocos proyectos culturales que  ha conseguido convertirse en un logro colectivo de la sociedad leonesa, en un mundo donde todo tiende en exceso a proclamarse por lo que ha costado el edificio más que por la aventura espiritual que implica. Porque, en definitiva, hasta en un envoltorio arquitectónico tan excepcional, lo importante es lo que no se ve y está ahí, la epopeya ciudadana de músicos, público, gestores, técnicos y políticos. De Pedro Blanco ya tenía noticias, pero aprendí que de nuestra tierra han surgido además otros dos destacados compositores: Consuelo Díez y Fernando López,  los tres muy bien dirigidos por Dorel Murgu con la Orquesta Odón Alonso. El Auditorio cumplió así con uno de sus retos más importantes: la información y la difusión sobre lo nuestro, que no ha de ser confundido con paletismos ni autobombos. No hay calidades locales, ni cada tierra tiene su propia verdad universal. Un nacionalismo puede poner en marcha el estridente mecanismo de la propaganda costosa, pero no crear un arte que soporte el paso del tiempo, ni siquiera el cruce de una fronterita. Estos tres compositores son nuestros porque nos proyectan sobre el mundo. Un aplauso para el Ayuntamiento. Y también para Sanz. No todos los edificios grandes son esa aventura espiritual a la que nos hemos referido, como una espectacular torre de oficinas no es una catedral contemporánea, se pongan como se pongan los cursis del urbanismo. El Auditorio de León somos nosotros. Y es verdad  no sólo porque esstá construido, sino porque nos representa.

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