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EL CALOR es el gran asunto de conversación. Pero no el único. En el Madrid político se habla del próximo Congreso del PSOE pero no en demasía porque, la verdad, no se advierte por ninguna parte aquel temblor de vísperas que acompañó al anterior cónclave, aquel del que inopinadamente salió elegido secretario general José Luis Rodríguez Zapatero. Se habla poco del Congreso pese a que a él llegan algunas delegaciones, caso de la catalana que encabezará Pasqual Maragall, con algunos proyectos de resolución cargados de dinamita política. Que Maragall iba por libre se sabía desde sus tiempos de la Alcaldía de Barcelona. Lo que ocurre es que ahora que ha llegado a la presidencia de la Generalitat esa tendencia a la excentricidad se nota mucho más. Y excéntrico resulta, sin duda, reclamar a estas alturas de la película un «reconocimiento específico de la personalidad histórica de Cataluña en la Constitución». Digo esto porque no deja de sorprender que quien se proclama socialista haya hecho suyo el discurso de sus antagonistas: los nacionalistas. Tiene, pues, Rodríguez Zapatero un problema. Otra cosa es que dicho problema aflore o no en el Congreso que se celebrará este fin de semana en Madrid. El poder dispone de recursos que la oposición no tiene y puede en cada momento ofrecer compensaciones que permiten contentar a quienes de otra manera manifestarían abiertamente sus disidencias. José Blanco, gallego que, por cierto, ejerce poco de tal, está cada día más fuerte en el seno del PSOE y es poco dado a dejarse arrastrar por el discurso nacionalista. La elección de Patxi López como presidente del Congreso apunta en esa dirección. La corriente mayoritaria del socialismo español respeta la sensibilidad de los nacionalistas, pero no la hace suya porque el nacionalismo contiene en su mezcla un elemento de insolidaridad que repugna al concepto igualitario del ideal socialista hoy reconvertido en socialdemocracia. Lo reflejó bien José Bono, actual ministro de Defensa, en su ya famosa expresión según la cual «el que quiere comer aparte es que quiere comer más». Sí, Zapatero tiene un problema llamado Maragall.

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