En secreto y con sorpresas

ADELANTAR en dos días la entrega del poder, al grito de «Irak para los iraquíes», puede ahorrar algunas vidas, aunque no demasiadas, ya que ahora se abre por su primera página sombría el libro de la venganza. Además, quedan allí 160.000 soldados de la Coalición, camaradas de los torturadores, y muchos perros de la guerra, adiestrados para morder en muy concretas partes del organismo de los vencidos. Perros cojoneros. Facialmente muy parecidos a los marines, peri sin tatuajes. Maquiavelo, que también decía obviedades, estaba convencido de que el mejor procedimiento para conservar un Estado consiste en poseer armas propias, mimar a los súbditos y mantener amistad con los vecinos. La amistad con los vecinos es más difícil: suelen ser rencorosos. No puede decirse que el ejército iraquí está cautivo y desarmado, ya que nunca tuvo armas de destrucción masiva, que fue la excusa para preparar la bárbara guerra petrolífera. Una calamidad. Al tirano Sadam le retratan con piojos en la barba, pero librarse de un déspota no equivale a conseguir la libertad. El nuevo Gobierno las va a pasar canutas para domeñar la violencia. Se han acostumbrado a matar y hay hábitos que no se extirpan así como así. El imperio, que se ha nombrado gendarme del mundo y garante de la democracia, tiene una gran tarea por delante y muchos muertos por detrás. Menos mal que el bruscamente célebre pensador Rodríguez Zapatero acude en socorro de Bush y le suministra una fórmula para mejorar las cosas: «hay que luchar contra el terrorismo sin perder el alma democrática», le ha dicho. El fantasma de Jefferson quizá se estremeciera en su tumba, pero hay que reconocer que nuestro presidente aprovechó bien el tiempo. Su encuentro con George Bush durante la cumbre de la OTAN en Estambul duró exactamente siete minutos y cada uno habló en el único idioma que aproximadamente domina. Menos mal que la breve conversación asistió Bono, el de las medallas de quita y pon. Sin él hubieran dicho ni pun.