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Publicado por
MANUEL ALCÁNTARA
León

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IGUAL DE CONTENTO que un tonto con una tiza estaba el loco con su martillo, pero su actividad era aún mayor y su empresa más ambiciosa: los trazos de tiza se borran con facilidad y él quería destruir obras de arte imborrables, de esas que demuestran que el ser humano, además de física y química, tiene un soplo que viene de otro sitio. Ya ha sido detenido el loco del martillo que atentaba contra las estatuas indefensas de la ciudad de Venecia: era un ingeniero fugado de un psiquiátrico, pero el problema sigue siendo que hay por el mundo muchos dementes y muchos martillos. Hace veinticinco años o así, un desequilibrado rompió la cara y las manos de La Piedad de Miguel Ángel en la Basílica de San Pedro. Hace siete u ocho, un enfermo mental le rompió un dedo del pie al David. ¿De dónde arranca la locura destructora?, ¿será verdad eso que decía Paul Valery de que bello es lo que desespera?. No se sabe si hay un límite de hermosura soportable, pero se sabe que hay mucho majara. Mi inolvidable Nájera escribió un libro sobre los locos egregios. A lo largo de la Historia comparecen muchos chiflados inteligentísimos. Víctor Hugo decía que Napoleón fue el primer loco que se creyó que era Napoleón. Después, Mussolini se creyó que era César. En cuanto a Hitler, qué se puede pensar de alguien que perdía kilo y medio por discurso y que, según su biógrafo Fest, cuando hablaba en público y la gente le aplaudía a rabiar «lograba una satisfacción sexual completa». A Sadam Huseín se le ha puesto ahora una ostensible cara de loco, pero hay quien dice que es la misma que llevaba puesta antes, cuando en vez de un reo era un tirano. Se ha dicho que la locura proviene de un exceso de introspección, pero lo único que está claro es que mientras un loco hace ciento, un sabio no contagia a nadie. «Es desdicha de las edades que los locos sirvan a los ciegos de lazarillos», dijo Shakespeare. La desgracia es mayor cuando los invidentes llevan pistolas y los dementes se han agenciado un martillo.

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