Diario de León
Publicado por
JAVIER TUSELL
León

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SAMUEL HUNTINGTON es un eminente profesor norteamericano con una excelente capacidad de síntesis. Su extraordinario libro La tercera ola resumió una realidad de primera importancia al final del siglo XX: la extensión de la democracia en el sur y este de Europa o Iberoamérica. Con más frecuencia se cita hoy su tesis acerca del «choque de civilizaciones», que él describe no como un acontecimiento catastrófico e ineluctable sino una como realidad patente que puede protagonizar el mundo internacional. Hace muy poco ha publicado un resonante artículo y un posterior libro cuyo contenido, referido a los Estados Unidos, coincide con el título del texto que el lector tiene en sus manos. La preocupación de Huntington no es tan sólo suya. Hace algunos años Arthur Schlesinger, un eminente historiador que fue también asesor de Kennedy, se refirió en un breve ensayo a la «desunión de los Estados Unidos». La multiculturalidad aparece allí para algunos como una amenaza contra esa capacidad aglutinadora que ha caracterizado a ese país a lo largo de la Historia. Muy adecuadamente se solía decir que una tradición norteamericana es el melting pot , es decir la capacidad de conversión a los principios que han impreso su sello en una sociedad profundamente unida. Ahora bien, esa capacidad parece amenazada, para algunos, en la actualidad. Hasta ahora han sido componentes definitorios de los Estados Unidos la lengua inglesa, el protestantismo, la ética del trabajo y el individualismo. Este conjunto, resumido en el término wasp («white, anglosaxon, protestant»), fue capaz de imponerse a las sucesivas oleadas inmigrantes e incluso reabsorbió a la población negra preterida hasta mediados los años sesenta. Pero ahora la magnitud y la diferencia cultural de la inmigración hispana parecen convertir en imposible ese proceso. Huntington tiene razón cuando ofrece cifras y datos. La inmigración latinoamericana, por razones objetivas, parece más difícil de asimilar. Su magnitud puede ser la primera causa. La proporción de blancos no hispanos ha pasado del 76 al 69% en tan sólo una década. Pero, además, la procedencia es ahora menos plural y aparece mucho más concentrada en determinadas zonas geográficas, lo que puede hacer difícil el melting pot . Uno de cada cuatro inmigrantes legales son mejicanos y los procedentes de esta nación vecina suponen casi el 70% de los irregulares. Méjico es un país que, en teoría, podría mantener reivindicaciones territoriales sobre el sur de los Estados Unidos. No es así, pero el presidente mejicano ha declarado que lo es también de sus nacionales residentes mas allá de la frontera. La concentración de los hispanohablantes ha producido una profunda transformación en amplias zonas de los Estados Unidos. Miami se ha hispanizado en un grado inesperado hace medio siglo. Desde 1998 una televisión en castellano ha conseguido la mayor audiencia. Casi la mitad del poder legislativo de Florida es de procedencia cubana. En algunos estados como California y Texas el nombre más comunmente elegido para los recién nacidos no es ya Michael sino José. En el año 2002 el setenta por ciento de los estudiantes de Los Angeles eran de procedencia hispana. En California está previsto que a la altura del año 2040 los hispanos lleguen a ser nada menos que casi la mitad de la población de estado. Huntington parece extremadamente sensible a una cuestión concreta: la lengua. Según los datos que aporta resultaría que en el 10% de los hogares norteamericanos ya se habla de forma predominante el castellano y en un 13% más el inglés es muy incorrecto. Considera muy probable que pronto se institucionalice el uso de dos lenguas en Estados y regiones enteras y los políticos tengan que acudir al castellano al hacer su campaña electoral. A fin de cuentas Clinton afirmó que deseaba ser el último presidente norteamericano que no se expresara en esta lengua. Pero, en el fondo, lo que parece resultarle más molesto es que el inmigrante mejicano (o hispano, en general) no se adapte a la ética individualista de trabajo y de realización personal que identifica con la sociedad norteamericana. Hasta aquí la posición de Huntigton y los datos objetivos que ofrece. Lo que llama la atención es que no insinúe un diagnóstico de fondo ni tampoco una solución. Las sugerencias que deja caer son, sin embargo, tenebrosas para el lector norteamericano que pertenezca al mundo wasp. Recuerda, por ejemplo, que en Bosnia la población musulmana era un 26% del total y pasó al 44% en 1991 cuando se inició el conflicto étnico. En suma piensa que estos cambios demográficos bruscos quizá no sean el principio del fin del mundo pero sí supondrán un cambio decisivo en los Estados Unidos y que, de cualquier modo, se producirá una reacción de la población que quedaría convertida ahora en minoritaria. Varios intelectuales hispanoamericanos han respondido a Huntigton en términos a la vez precisos e indignados. Citaré de modo especial las opiniones de Mario Vargas Llosa y de Enrique Krauze. Su argumento decisivo no es que la inmigración simplemente no puede ser detenida. Enarbolan de manera especial el grado de integración de los hispanos en la sociedad norteamericana y su papel en ella. Los inmigrantes son muy a menudo los más diligentes en el trabajo, dan a menudo mas de lo que reciben a la sociedad norteamericana y asumen papeles inesperados pero cada vez más importantes en ella. Constituyen, por tanto, una prueba de la permanencia del sueño americano. Los dos millones de cubanos inmigrados a Estados Unidos tienen diez veces más renta que los diez que permanecen en la isla. Mas del 10% de la bajas norteamericanas en Irak tenían apellidos hispanos y, en correspondencia con ello, un general que ha mandado las tropas se llama Sánchez. Tan injusto es considerar que el inmigrante hispano es una especie de Cantinflas especialista en no trabajar como acuñar el cliché del estadounidense como un vaquero analfabeto atiborrado de hamburguesas. Pero, además, hay un importante argumento histórico para juzgar que los temores de Huntington en estos momentos no tienen demasiado sentido. En Estados Unidos siempre con las nuevas oleadas de inmigrantes ha sucedido algo parecido: eran recibidas con inicial hostilidad pero luego se integraban en lo fundamental. El abuelo de Kennedy fue, como él, político, irlandés y católico. Lo último ya le hacía no pertenecer a ese mundo wasp tradicional, pero se daba cuenta de que su caso no podía ser único. Cuando un representante de aquel mundo le preguntó si realmente creía que los italianos o los judíos podían llegar a ser sus iguales repuso afirmativamente. A fin de cuentas, argumentó, sólo había varios barcos sucesivos de distancia. Ahora los inmigrantes llegan por tierra o por avión pero sucederá lo mismo que antes.

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