Prisioneros

EL GOBIERNO iraquí impondrá el estado de excepción en las zonas rebeldes, que son todas. Ciertamente es excepcional todo lo que está pasando allí, pero lo menos insólito es la resistencia a la invasión. ¿Por qué llamarles insurgentes a los que no se someten a los mamelucos, que son los marines? Todavía es pronto para contar muertos y las estadísticas tienden a los números redondos: se habla de diez millones de seres humanos enmudecidos para siempre, pero la cifra se amplía constantemente. Quizá sea una exageración, pero no del tamaño de la guerra, que es la mayor de las exageraciones. Algunos prisioneros van a librarse de incrementar el número de fallecidos de muerte antinatural. Las cárceles están repletas y los prisioneros empiezan a canjearse como hacen los niños con los cromos. Algunos valen más que otros, que están repetidos. Ahora Estados Unidos ha canjeado a un montón de presos saudíes de Guantánamo por cinco británicos detenidos en Riad, sin duda más valiosos. El trato de los carceleros a los reclusos requiere un sutil equilibrio. Pueden ser torturados, acosados con perros que imitan a sus dueños, atormentados con electrodos en los genitales... todo eso es válido a condición de que se gradúe de manera exquisita el martirio, ya que si mueren no podrán ser canjeados y, lo que es peor, dejarán en el desempleo a sus verdugos. En el mundo moderno los sádicos tienen muchas posibilidades de encontrar trabajo. Max Aub decía que la reclusión mejora la condición humana y que para obtener hombres excelentes hay que encarcelarnos cierto tiempo. Otra exageración. Quizá se refería a Cervantes, pero no todos los cautivos tienen un alma de esa dimensión. Lo normal es que nadie salga de una cárcel siendo mejor de lo que era cuando entró. Allí «toda incomodidad tiene su asiento y todo triste ruido hace su habitación». Por eso muchos prefieren estar muertos que presos «pa toa la vía», como dice la copla. Los muertos están cómodos y no oyen el ruido de los cerrojos.