Diario de León

DESDE LA CORTE

No hay tanta diferencia

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FERNANDO ONEGA
León

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LOS METEORÓLOGOS venían anunciando tormentas, y acertaron. El primer trueno, que casi funde los plomos del PP, vino con gran aparato eléctrico y se escuchó en Navacerrada. Fue un trueno rotundo, de esos que estremecen. Un trueno de bigote. Un trueno llamado Aznar. Un trueno cuya traducción al lenguaje de los humanos podía ser éste, en versión libre para la prensa: os he dejado un país próspero y lo estáis escoñando. Unos indocumentados están malgastando mi herencia. Este mensaje fue recibido entre las multitudes como voz que venía del Sinaí. Aquellos que Felipe llamaba plumíferos lo llevaron a sus primeras páginas. Los tertulianos abrieron las declaraciones como los hechiceros abrían las vísceras para conocer su intención. Hubo quien vio un reparto de papeles con Rajoy, para que ningún votante de la derecha se quedara sin padre ideológico, ahora que Rajoy se vino a vivir al centro. Hubo quien vio toda una división en el PP entre halcones y palomas. Hubo quien le acusó de seguir con la mala digestión de los idus, perdón, de las urnas de marzo. Hubo de todo. Este cronista también ha cogido su trozo de vísceras, lo llevó a su cueva de adivinaciones y ¡oh decepción! no encuentra tanto cisma ni tanta diferencia con Rajoy. Aznar truena y Rajoy tiene mano de seda, eso es todo. Pero si uno cree que los socialistas ganaron por el 11-M, el otro también. Si uno piensa que es arriesgado abrir el melón de la Constitución, el otro igual. Rajoy tampoco hizo más que disponerse a hablar; nunca dio el "sí". Si uno es pesimista sobre la marcha del país, el otro más. Si Aznar predica que los socialistas no tienen convicciones, ¿qué dijo Rajoy durante toda la campaña electoral? Sobre el poder de España en Europa, recordad el último debate en el Congreso. Sólo hay una diferencia clara: Rajoy prometió el sí en el referéndum de la Constitución Europea, y Aznar invita a pensarlo, como si empezara a sugerir el no. Desterrad, pues, la idea de confrontación interna. Si la hubiera, no la manifestarían de forma tan burda. Lo que ocurre es que, metidos como estamos en el talante de Zapatero y las humoradas de Rajoy, nos habíamos olvidado de cómo habla Aznar: convierte el pensamiento en embestidas. Cuando ve algo mal, lo transforma en catástrofe. Tiene una tendencia a identificar al adversario con algún jinete despistado del Apocalipsis. Y a todo eso ahora hay que añadir un ingrediente que le azuza: están deshaciendo lo más querido de su obra. Y eso, en los estadistas, produce un cabreo de bigotes.

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