EL RINCÓN
La mili de Bush
HAY dos formas gloriosas de servir a la patria, aparte de la que consiste en pronunciar discursos: Morir en combate, que siempre queda bien, o lograr que sean los soldados enemigos los que mueran, que queda todavía mejor. Ambas modalidades de heroísmo fueron desdeñadas por el belicoso presidente actual de los Estados Unidos, que prefirió no tener ninguna de las opciones: ni morir ni matar. La primera le hubiese supuesto el fin de la triunfal carrera política diseñada por su papá y la segunda quizá le hubiese ocasionado graves problemas de conciencia. Ahora están saliendo a relucir aquellas opacas fechas en las que George prestaba servicio militar en Vietnam. El pueblo americano no puede agradecerle los servicios prestados: tuvo el privilegio de cumplir su destino en la Guardia Nacional Aérea de Texas, legos del napalm y de las ciénagas del delta del río Mekong. Ahora se contrapone su controlado ardor guerrero al que demostró su rival en las elecciones, John F. Kerry, que se la jugó de verdad. Mientras este arriesgaba su vida, el actual presidente se iba perfilando como un héroe de la retaguardia y jamás oyó el eco de un tiro. No conforme con eso, obtuvo una autorización para irse aún más lejos, a Alabama, donde la única constancia que queda de su presencia es que le sometieron a un examen dental, aunque no se sabe si fue condecorado por su valor ante el dentista. Sus partidarios no tienen por qué preocuparse por la divulgación de su ejemplar historial: el Pentágono ha perdido gran parte de su expediente y los documentos microfilmados son ilegibles. ¿Qué no conseguirá el dinero? No sólo escribir la historia según convenga, sino borrarla. Philip Morris acaba de pagar mil millones de euros a la Unión Europea para eludir el juicio por contrabando y ahí quedará todo. Como muy bien dice Saramago, el poder del voto no puede cambiar absolutamente nada en el poder real, que es el poder económico y financiero. Sólo sirve para entretenernos.