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Publicado por
CARLOS CARNICERO
León

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EL TRIBUNAL de La Haya ha dictado una sentencia que sus destinatarios, el gobierno de Israel, han arrojado a la basura para evidenciar el desprecio que sienten por los derechos humanos y la justicia internacional. Israel no se siente vinculada con el mundo porque considera que su causa es tan irrenunciable que nada la puede incomodar. Las resoluciones de la Asamblea General de Naciones Unidas, las sentencias de los tribunales internacionales y la opinión de todos los países del mundo, excepto Estados Unidos y algún otro satélite, no sirven para que los sucesivos gobiernos de Israel acepten un dictamen universal sobre la abyección de sus procedimientos. Israel soporta sus razones en la posesión de la bomba nuclear en la misma medida que los nazis sostenían sus campos de exterminio en las divisiones panzers. Nada ha cambiado en la humanidad en la espiral que conduce a la víctima a convertirse en verdugo. El niño abusado tiene que luchar toda su vida contra la inercia que le conmina a ser abusador. Los hijos del gheto de Varsovia se complacen con la construcción de un inmenso muro que segregue a los palestinos de sus hermanos y les impida la supervivencia y la dignidad. Los israelíes debieran reflexionar sobre la fuerza de la demografía frente a la energía nuclear. Las madres palestinas tienen hijos sólo para que su pueblo pueda sobrevivir y no hay bomba atómica que resista todo el tiempo a la fuerza de la razón. El punto más débil de Israel es la firmeza de sus soportes internacionales que se vencerán el día que los norteamericanos vean peligrar la vigencia de su tarjeta de crédito por la estulticia criminal de unas víctimas de ayer que no han entendido que garantizar su dignidad no puede construirse sobre la ignominia de la tortura cotidiana del pueblo palestino. Quienes padecieron el odio insensato y cruel del antisemitismo están empecinados en extender la incomprensión, el desprecio y el odio contra ellos demostrando que no pueden vivir sin sentirse malqueridos. Tal vez tantos años de diáspora y persecución han terminado por impeler al pueblo judío a la necesidad de la animadversión ajena como estimulo para seguir caminando por las rutas de su historia. Debieran aprender que el rumbo que han escogido ahora no conduce a ninguna parte.