Muerte dulce

UNO DE LOS BAREMOS que miden el prestigio por el que compiten las universidades norteamericanas de Harvard y Yale es el del número de presidentes del Gobierno Federal que han salido de sus aulas. Eso aquí no se podría copiar, porque un vistazo rápido a la historia reciente basta para comprobar que ganaría de calle la Academia Militar de Zaragoza. Aún así choca ver a un lanzador de peso como imagen de la publicidad con la que se promociona la universidad en la que estudió y enseñó uno de los cinco presidentes del Gobierno que ha habido en la joven democracia española. Por lo menos, el atleta en cuestión es un campeón del mundo, de la tierra y relacionado con la cultura y el arte, lo cual no deja de ser un alivio en un país en el que el tema estrella de los debates televisivos de mayor audiencia es con quién jode otro deportista, sólo que éste tiene más letras tatuadas en su cuerpo de las que seguramente ha leído en toda su vida, y además no habla español, ni siquiera el necesario para decir el júmbol es asín . Qué tiempos aquellos en los que se le daba opio al pueblo, o pan y circo, en lugar de esta nueva dormidera a base tomate y vísceras, con la que el verano transcurre tedioso mientras el sol de la sobremesa cae a plomo sobre un Páramo que yace ajeno a la sentencia de muerte que en ese mismo instante le dictan en Bruselas los burócratas de un tal Fischler, que tampoco habla español. A lo mejor ponen la foto de Manuel Martínez para asustar a los liquidadores, porque él es del Páramo y a primera vista mete bastante más miedo que Zapatero. Al fin y al cabo, a la Constitución ya la homenajean los pueblos con el nombre de una plaza, y a partir de ahora seguro que también podrán bautizar algún cementerios con el del tal Fischler.