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Publicado por
MANUEL ALCÁNTARA
León

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ENTRE las plusmarcas europeas que ostenta España, junto al número de pasos a nivel y el de políticos que no dan un nivel pasable, está el de accidentes de carretera. Es el mayor impuesto que pagamos, ya que se cobra vidas humanas. Ya se han registrado 138 fallecimientos bruscos, un seis por ciento más que en el mismo periodo del año pasado y llevamos camino de superar nuestro propio récord. Los expertos dicen que los cuatro jinetes del Apocalipsis vial son el alcohol, el cansancio, la madrugada y el estado de las carreteras secundarias. Quizá lleven razón, pero habrá que buscar soluciones más efectivas que la de fabricar más mantas para cubrir los cadáveres al borde de las cunetas, junto a esas florecillas hospicianas que hacen de lineales coronas funerarias. En un dibujo de mi inolvidable Chumy Chúmez, un manifestante enarbolaba una pancarta en la que se leía: «Queremos vivir como en las estadísticas». Ciertamente, todo funciona bien en ellas, salvo en las estadísticas de muertos que unos minutos antes rebosaban salud y quizá alguna prisa. Ocurre que un tercio de los conductores implicados en accidentes mortales tiene menos de 30 años. Se asegura que los jóvenes gustan de competir y de exhibir sus recién adquiridas habilidades al volante, sin darse cuenta de que es una ruleta donde también sale el número de la muerte. También se les atribuye, genéricamente y por lo tanto de manera injusta, que son impermeables a las campañas publicitarias donde para recomendar prudencia se nos estremece presentando parapléjicos o escenificando horribles colisiones frontales. ¿Por qué son inútiles estas campañas? La publicidad es la diosa de nuestro tiempo y la propaganda es fundamental para todo: lo mismo para vender un libro de muchas páginas que un político de pocas luces. Es extraño que los jóvenes que adquieren la misma marca de pantalones y beben refrescos inducidos, no le hagan el menor caso a este tipo de campañas. Quizá crean que siempre se mueren sus amigos. O acaso tengan interés en dejar un difunto de buen aspecto.

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