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Publicado por
RAMÓN PI
León

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EL TITULAR es escueto: «Entran en Ceuta 25 inmigrantes ilegales tras romper la verja de separación con Marruecos». En la realidad de las cosas, las noticias de la llegada de pateras rebosantes de gente tan vacía de recursos como llena de desesperación son tan dramáticas, y quizás más todavía; pero como vivimos en la era de las imágenes, el tener que romper una verja para poder pasar al otro lado resulta mucho más evocador de la noción de huida, de escapada, que la aventura de embarcarse para buscar una vida mejor. Todos los años, con el buen tiempo, se inundan nuestros medios de comunicación de noticias parecidas: marroquíes y otros africanos se juegan la vida en pos de una vida mejor, que muchas veces es sólo una forma de sobrevivir como sea. Efectivamente, esta marea humana de fugitivos de la miseria plantea problemas a los países a los que llegan esos desventurados, pero al mismo tiempo es una demostración dramática de que desde hace tiempo los países de origen arrastran una situación intolerable. Pero, paradójicamente, los responsables políticos de esos lugares parece que son ajenos a todo eso: la culpa es de los demás, siempre es de los demás, ellos se limitan a protestar de las malas condiciones en que sus fugitivos son recibidos en Europa, si es que llegan vivos. Incluso se han producido declaraciones oficiales reprochando a España sus medidas encaminadas a reducir esta invasión estremecedora. Pero hay que decir que los primeros responsables de esta situación son los que tienen a su cargo la responsabilidad de hacer lo posible para que sus conciudadanos no se tengan que escapar. Ya sé que todo es muy complejo, pero hemos visto ya demasiadas veces el uso del «todo es muy complejo» como coartada para esquivar las responsabilidades. Es claro que los países más desarrollados tienen el deber moral de ayudar todo lo posible a esos países desdichados, pero parece también llegada la hora de que, para que esa ayuda no acabe enriqueciendo aún más a aquellos sátrapas, se les impongan determinadas condiciones para la correcta administración del dinero y para que su organización política se acomode a los estándares democráticos, que se han demostrado no sólo más conformes con la dignidad humana, sino también más favorecedores de la prosperidad material.

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