Diario de León
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CARLOS CARNICERO
León

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SI JOSÉ María Aznar saliera de chiqueros, que no es el caso, los taurinos dirían de él que tiene mucho peligro porque sus derrotes siempre son inesperados. No hay movimiento neutro en el ex presidente; en todas sus exhibiciones públicas, en su nueva condición de ciudadano normal, promueve una hecatombe en las filas de su partido. Su carrera de ex presidente deslenguado se inició con aquella inexplicable visita a Washington para despedirse de su amigo Bush y no se le ocurrió otra cosa, con las fotos de las torturas de la cárcel de Abu Ghraib todavía sin secarse del revelado, que ir a ver Donald Rumsfeld mientras Rajoy y Mayor Oreja intentaban salvar los matules de las elecciones europeas. Luego vino su conferencia de verano que motivó la reconvención del propio presidente fundador, Manuel Fraga Iribarne, que le recordó a su pupilo los deberes propios de quien se jubila. Y, ahora, aprovechando que la emisora de radio era colombiana, pero de Prisa -detalle que no debía conocer el expresidente-, se ha despachado diciendo que se llevó las papeles de la inteligencia española como recordatorio de su paso por La Moncloa. Tal vez en otro país fuera procesado por llevarse secretos de la seguridad del estado. Nada hay que sea inocuo en las palabras de Aznar. Ahora, agobiado por las versiones de lo ocurrido en el atentado del 11-M que circulan sin mácula en la comisión, tal vez por no quedar como bobo, ha reconocido que el día 13 por la mañana ya manejaba «una sólida pista islámica» dejando a los pies de los caballos las diatribas del ex ministro Acebes contra todos los que cuestionan la honestidad de la información que el facilitaba después de lo aludido por el ex presidente. Es difícil adivinar a dónde se dirige Aznar pero empieza a ser urgente encontrar un tutor de su prestigio de ex presidente, porque esa tendencia suya a remachar errores era factible cuando la televisión controlada por sus corifeos apuntalaba todas sus inquinas. Ahora el ciudadano Aznar, ungido en su condición de ex presidente, que nos conminaría a todos a considerarlo con distancia y con respeto, está empeñado en darnos argumentos para certificar que su paso por La Moncloa fue un accidente de la historia y que los caminos que él ha elegido le van a situar en un lugar donde no va a ser precisamente venerado.

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