Diario de León
Publicado por
JAVIER TOMÉ
León

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EL CLIMA de León, ya se sabe, suele pasar en cuestión de días y hasta de horas desde un airecillo gélido propio de latitudes polares, como ha ocurrido pocas fechas atrás, hasta alcanzar unos calores de crematorio que hacen sudar a las estatuas. Horrible tormento físico que ha inspirado esa frase auténticamente genial: «El tiempo de León sólo lo aguantan los bueyes y algún cura que otro». Ocurre que estamos en el 2004 y toca año jacobeo, rememorando el Camino de Santiago sobre el que se construyó la vieja Europa y ha sido, desde época inmemorial, ruta que servía tanto para el tránsito de especias y mercancías, como para el de ideas, culturas, creencias y conocimientos. Y ello por no hablar de los buenos dineritos dejados a su paso por la corriente de peregrinos que, llevados por la inmutable autoridad de la tradición, encamina sus cansados pasos hacia la sede compostelana. Así, bañados en la sangre del sol, se plantan ante el soberbio edificio de San Marcos, especie de salida fronteriza hacia nuevos confines. A estas alturas del partido, fustigada por el aliento de fuego que cae sobre la capital, la fábrica del cuerpo humano pide a gritos un traguito de agua en la fuentecilla que remata con cierto aire de dignidad antigua el Paseo de la Condesa, justo al lado del quiosco de mi amigo Luis, benemérito suministrador de prensa y golosinas varias. Pero, ¡oh, sorpresa!, sucede que un día sí y al otro también el líquido elemento brilla por su ausencia en este paraíso asequible y además barato para el bolsillo. Un puro vilipendio para el asfixiado caminante que llega a estos lares con la lengua fuera y echando pestes del nuevo nivel de sofisticación alcanzado por las fuentes leoneses. Así que, con el respeto debido a la autoridad, sería de justicia que el encargado del agua no escatime en grifo ajeno.

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