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RICARDO MAGAZ SECRETARIO GENERAL DE UPL - MADRID
León

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LEÓN siempre se ha prodigado en Madrid, una excelente y generosa ciudad donde nadie es forastero, ni tan siquiera los que la denostan sin razón. Los 52.000 hijos del viejo reino que afanamos a diario en la diáspora del foro bien lo sabemos. Aparte de funcionarios, estudiantes, emprendedores y empleados, las sufridas tierras leonesas han aportado a la capital nada menos que cuatro presidentes del Gobierno en la última centuria. Inauguró la tanda de prohombres el astorgano Manuel García Prieto que ocupó el sillón presidencial en 1917. Le siguió en 1924 Antonio Magaz y Pers que, aunque nacido en Barcelona es, tal como consta acreditado documentalmente, de hondos orígenes cepedanos, del pueblo de Oliegos, anegado en 1945 por el pantano parricida de Villameca. Félix Gordón Ordás, que vino al mundo en la residencia paterna de la popular calle de Puertamoneda, fue quien desde el exilio se hizo cargo en 1951 de la presidencia de la II República. Y por último José Luis Rodríguez Zapatero, que divisó las primeras luces de la vida en Valladolid, pero de longeva raigambre familiar leonesa, es desde marzo de 2004 el legítimo inquilino de La Moncloa. Como cazurro ejerciente me complace esta nómina de próceres del solar del Padre Isla y de Genarín, llamados al parnaso de la alta política. Pero, ¿qué aportaron nuestros ilustres paisanos al terruño natal? Por diferentes circunstancias y en la mayoría de los casos poco o nada. García Prieto tuvo un efímero y circunstancial mandato que no le dio ni para mandar tapizar la butaca del despacho; el postergarmiento histórico de su figura ha resultado cruel. Fue necesario que desde la Casa de León se reivindicara su persona mediante un sentido homenaje que se le tributó hace cinco años en los salones de La Embajada para que se hiciera justicia a una carrera digna de encomio. La trayectoria del almirante cepedano Antonio Magaz es un canto a la plausible superación; sin embargo los periodos convulsos con los que lidió no eran los más propicios para mirar al ombligo de la patria chica. Le tocó capitular el poder monárquico ante el advenimiento de la II República y acompañar al monarca al desdén del destierro en un barco que él mismo capitaneó. Resulta paradójico que dos décadas después otro leonés, Félix Gordón Ordás, presidiera la tricolor en el exilio. Obviamente el insigne veterinario no se encontraba en las mejores condiciones de barrer para el concejo de hogares. Ninguno de los tres honorables pudo remendar, zurcir, recomponer, reforzar, restaurar, reparar (o cualquier otro sinónimo rebuscado) la situación endémica de ostracismo que padecían los pagos de Guzmán el Bueno en la primera mitad del siglo pasado. De Rodríguez Zapatero todo está por escribir; lleva escasamente cuatro meses al frente del ejecutivo. No obstante en su discurso de investidura en el Congreso de los Diputados hizo público el decidido proyecto de modificar la Constitución e incluir ex profeso el nombre de las 17 comunidades autónomas en la Carta Magna. Este plan, en apariencia inocuo e inocente, cercenaría de facto las aspiraciones de la mayoría de los leoneses para la legítima consecución de una autonomía propia. Trazo y entrego estas líneas en la tercera semana de julio. ZP acaba de ser reelegido secretario general de su partido cuasi por aclamación. Ha anunciado que el 23 de este mes climatológica y políticamente inestable celebrará en el Hostal de San Marcos el esperado Consejo de Ministros. Pretende traer la faltriquera repleta de prosperidad con el llamado Plan Oeste. Todos, sin excepción de colores ni pretextos, nos alegraríamos de que el procedimiento llegase a cuajar y así pudiera ser. Si echamos una visual retrospectiva, no obstante, las dudas asoman con razonable terquedad. Es evidente que el título de este artículo no está adjudica do al azar ni con propósito de chanza; a lo sumo con ánimo de capturar la atención del lector y de culminar metafóricamente el texto. Nada me gustaría más, en consecuencia, que zapatero, al contrario que el célebre e infructuoso triunvirato de predecesores en la dirección de la piel de toro, fuera en verdad «remendón» para con su tierra, a pesar de las aciagas resoluciones del reciente congreso «regional» del psoecyl en Palencia. Que zurciera sine die la maltrecha economía que nos tiraniza como un cáncer metastásico; que recompusiera las zonas rurales despobladas y el perentorio tejido industrial; que reforzara las infraestructuras y las señas tradicionales de identidad; que restaurara las ilusiones y evitara el éxodo sangrante y sin retorno de los jóvenes; que reparara, en definitiva, el destino aciago que atenaza como una alimaña nocturna a la región, sin comillas. Por ello le pido una vez más desde esta tribuna pública, ya lo hice por carta personal en marzo, que reconsidere su demoledor proyecto de incluir el nombre de las 17 comunidades autónomas en la Constitución o, en su defecto, al menos la que asfixia en la actualidad a León. La ocasión es completamente favorable para la convocatoria del ansiado referéndum de consulta a los leoneses sobre su organización territorial, en virtud de lo establecido en la norma suprema, en la L.O. 4/83 y en la conocida sentencia del Tribunal Constitucional de 1984 que deja abierta la puerta del proceso de segregación para constituirse en autonomía propia. Tengo escrito en alguna parte que uno se merece lo que tolera. Creo que es un viejo aforismo de los clásicos para jugar sobre seguro. A nadie le gusta arriesgar. Es inevitable, sin embargo, que los ciudadanos del viejo reino estemos expectantes ante un posible rayo postrero de esperanza al alcance de nuestras manos cuarteadas por el abatimiento y la exasperación histórica. Zapatero debe tener en cuenta que un pueblo defie nde siempre con más ahínco sus costumbres y tradiciones que los decretos contingenciales. Finis coronat opus.

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