Menos difícil

A MÍ me gustaría que se quedara para siempre ese hombre moreno, con gorrito de lana y chaqueta cruzada, que vende relojes digitales y elefantes de gradual madera bajo el sol del verano. A veces también lleva mantas, con gran previsión del futuro, y alfombras que quizá sean voladoras, aunque aún no han tenido oportunidad de demostrarlo. Le admiro porque es un gran trabajador y, sobre todo, porque no suda. También me gustaría que se quedase aquí ese espetador negro que ha aprendido a ensartar las sardinas, que ahora están en su mejor momento de níquel y de sombra, junto a la furgoneta de la orilla. Un oficio duro. Tanto que escasean los nativos que quieran ejercitarlo. Se acabaron los espetadores que iban por la arena solos. Hay tareas que van a desarrollar en exclusiva los inmigrantes. Y si no en exclusiva, al menos van a encontrar muy poca competencia. Por nuestro buen nivel económico comparativo, que no por nuestro buen corazón, vamos a entornarle la puerta de entrada a los inmigrantes. La Junta de Andalucía propone regularizarles por arraigo o bien por circunstancias excepcionales. En una serie de supuestos -lo único que no se supone es que sean ricos- no será exigible el visado para entrar en España. Por ejemplo, si el extranjero solicita acogerse al derecho de asilo, ya que en su país quieren matarlo antes de que se muera de hambre. Tampoco se les exigirá que lleven un año de matrimonio a los extranjeros cónyuges de españoles o comunitarios. En fin, que aunque no pueda decirse que se lo vamos a poner más fácil, sí podemos afirmar que lo van a tener menos difícil. La reforma del Reglamento de la Ley de Extranjería es cada vez más necesaria, ya que esa ley se parece mucho a la de la selva. Una prueba concluyente de que en España no somos racistas es que no nos importa ver trabajar como negros a la gente que viene de fuera. Además, admitiéndoles en determinadas proporciones damos un gran paso hacia lo que Teilhard de Chardin llamó la «antropogénesis final».