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Publicado por
AGUSTÍN JIMÉNEZ
León

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A UN cargo público no se llega necesariamente por cualidades intelectuales o morales. Muchos de los que se apuestan en el candelero están ahí por una combinación de suerte, cabezonería y, con harta frecuencia, mala leche. Algunos ascienden simplemente por ser tontos, pues los tontos son acomodaticios para los de arriba y representativos para los de abajo. Pero, en fin, cuando se está ahí, se está a las duras y las maduras. Con el airbag del coche oficial y con los atropellos del coche oficial. El Gobierno británico, reza el informe oficial de sus tejemanejes en Irak, ha incurrido en exageraciones asesinas, pero ello no merma la buena fe de Tony Blair. El primer ministro de Portugal sirvió los cafés de las Azores, pero ahora dice que los americanos son arrogantes. Lo de los anteriores caciques de España, felizmente idos, es para mear y no echar gota. Trillo, el caso más notable de buena fe de todos los creyentes (en Dios o en sí mismos), declaraba un día en TVE que los servicios españoles corroboraban los informes de Colin Powell, otro que engañó a su nación de buenísima fe. El jefe de esos servicios acaba de declarar que a él le atribuían cosas sin pruebas, como es típico de la gente que no se orienta por datos sino por principios. El increíble Fungairiño no necesita ni que le cuenten cosas. Para ser plenamente imparcial en sus juicios, obra sin premisa alguna. Y nosotros nos lo creemos. Lo de tener fe es un chollo y, si encima es buena, doble chollo. Como fe sólo hay una, la mejor manera de entender a un integrista como Bin Laden o Ariel Sharon o a un embustero como Arafat es contemplar a nuestros ministros fundamentalistas y a nuestros presidentes pinochos. Como, pese a ellos, vivimos en democracia, dejémoslos con sus creencias pero echémoslos por idiotas. No todos tenemos que ir de buena fe.

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